Cuando los tecnófilos se sienten cuestionados, suelen blandir el ejemplo de la actitud recelosa de Sócrates frente a una nueva tecnología que cambiaría el destino de la humanidad: la escritura. Sócrates pensaba que la transmisión de conocimiento debía ser oral, que la codificación de nuestros pensamientos en un escrito nos debilitaría la memoria y las capacidades intelectuales. En cambio, su discípulo, Platón, se valió de esta tecnología para legarnos sus pensamientos, y también los de su maestro. Pues bien, ahora nos encontramos exactamente en el anverso de ese momento de transición tecnológica.
El vídeo y el audio digitales han facilitado una vuelta a la comunicación oral como principal medio de transmisión de información. Los humanos ya no necesitamos la escritura y la lectura para mantener conversaciones entre nosotros a través del tiempo y del espacio. Todo nos lleva a pensar que ya no necesitamos la palabra escrita para continuar la evolución cognitiva, cultural, de nuestra especie. Este cambio de paradigma se ha hecho aún más patente con la coincidencia de acontecimientos contrapuestos que se ha producido últimamente: en un extremo tenemos las críticas al culto en el libro, la situación de los estudios literarios y la falta de visibilidad de la literatura en los medios, mientras que en el otro extremo tenemos la proliferación de los clubes de lectura, el éxito de los cursos de escritura y reading parties (fiestas para leer individualmente, sin interrupciones tecnológicas).
El fenómeno de las silent reading parties es el síntoma de un mal endémico: la dificultad para concentrarse. La tendencia a la dispersión que caracteriza a la sociedad contemporánea se ha acelerado considerablemente en los últimos años. Al fin y al cabo, que la gente elija rodearse de extraños para poder consagrarse a la lectura sólo demuestra que existe una necesidad social de recuperar espacios y estados de concentración. Por otra parte, estas fiestas no dejan de ser una folklorización de una actividad que parece destinada al arrinconamiento. Si es necesario reunirse para leer es porque la lectura en papel se está convirtiendo en una tarea difícil de llevar a cabo. Sin embargo, siempre hay alguien que sabe sacar rédito de las respuestas sociales a las inercias del progreso: para acceder a las fiestas lectoras más populares de Nueva York hay que pagar entrada y tienen tanta demanda que siempre hay lista de espera. Dicho esto, bienvenidas sean estas fiestas, incluso si el objetivo es ir a ligar (leer también puede ser sexy, y una fiesta lectora, más efectiva que Tinder).
La transición tecnológica audiovisual se está produciendo a una velocidad vertiginosa en comparación con la adopción de la escritura y comporta cambios drásticos estructurales. Empieza a quedar lejos la época en que la literatura y las publicaciones periódicas habían sido un palo de pajar, un reflejo de la vitalidad imaginativa y reflexiva de la sociedad. Por ahora, los estudios literarios y la lectura sobre papel están en crisis, aquí y en todas partes: a los estudiantes universitarios les cuesta leer, los grados en los que se estudia la literatura son cada vez más minoritarios o, en el peor de los escenarios, desaparecen de las universidades. Pero el mundo de la ficción no deja de crecer. Nunca había habido tanta producción audiovisual de series, nunca la gente había destinado tanto tiempo a la ficción, nunca las grandes empresas habían empleado tanto esfuerzo para construir relatos convincentes. Es muy irónico: los relatos han estructurado, estructuran y estructurarán nuestras sociedades, pero cada vez tendremos menos personas que tengan suficientes herramientas para poder analizarlos en profundidad, para hacer arqueología de las ideas que contienen, para señalar sus orígenes, sus derivas y sus trampas.
Partiendo del predominio innegable del audiovisual sobre el papel y la tinta digital, Pep Valsalobre escribió un artículo este verano en el que se preguntaba si nos espera un horizonte ágrafo. ¿Por qué leer libros si podemos mirar una serie con guiones que también pueden ser brillantes? ¿Por qué deberíamos adentrarnos en un ensayo denso, si podemos ver un videoensayo dinámico o escuchar un podcast o un audiodocumental mientras trabajamos por casa o hacemos deporte? En primer lugar, están las razones por las que la gente busca refugio en una fiesta lectora silenciosa. Estamos saturados, sobrepasados, tanto cognitiva como sensorialmente: estamos en el umbral de la demencia digital. Según los paleobiólogos, no estamos preparados para la sociedad tecnológica del siglo XXI, dado que, más o menos, tenemos las mismas características biológicas que cuando vivíamos en cuevas. Por mucho que nos encaparemos, nuestro organismo no puede asimilar el alud de información discursiva y sensorial al que estamos sometidos. Porque mientras que la ficción en papel se puede contar en kilobits y depende de la imaginación para (re)crear el universo físico, el audiovisual debe contarse en gigabits e implica una sobrecarga de estímulos digitales, que no digerimos tan bien como los analógicos. Así pues, nuestra dieta cultural también debe incluir una buena porción analógica: no puede ser exclusivamente digital.
Pero todavía existe otro motivo de peso. La palabra escrita es un ancla, un hito en medio del vagar mental: verba volante, scripta manent. Necesitamos realizar un mapeo físico de los pensamientos. Ineludiblemente, nuestras creaciones complejas deben ir precedidas de un mapa, de un aseo en un guión escrito. La escritura y la lectura han perdido protagonismo, sí, pero acabarán adaptándose a las nuevas dinámicas sociales (como la radio, que ya no vive sólo del directo) y recuperarán parte del terreno perdido (como lo están haciendo el tranvía o el tren). Lo harán porque necesitamos el ritmo lento, hecho a la medida humana, de la lectura y la escritura para aprender a pensar adecuadamente, para construirnos intelectualmente y para conservar la salud. De acuerdo: quizás no es necesario que todo el mundo lea habitualmente de mayor, pero la palabra escrita es clave en un proceso de formación. Para crecer, para seguir creciendo, es necesaria la pausa y la concentración que requiere la lectura. La escritura, que nos perdone a Sócrates, siempre ha sido una herramienta revolucionaria.