Una lengua es un alma / Nunca digas nunca, Pedro

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Una lengua es una alma

Llegamos a julio con los teatros llenos y los cines vacíos. Los teatros, cuando menos en Barcelona, venden prácticamente todas las butacas que el conseller Argimon deja poner a disposición del público. En la reanudación de una cierta normalidad hay ganas –o quizás necesidad– de risa, de pensar o de emocionarnos con un espectáculo en directo. Da igual que la cartelera de los horarios de las funciones de teatro haya desaparecido, de repente, de los diarios. La gente está al corriente, se informa y funciona el boca a boca, que, a pesar del advenimiento de Twitter, sigue siendo el prescriptor más efectivo para las recomendaciones culturales. La gavina vuelve ahora a La Villarroel, el Grec aterriza en la Beckett, mientras en el Poliorama deciden De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda. Clara Segura borda a Filumena Marturano en la Biblioteca de Catalunya hasta el punto de que, cuando sales, ya quieres comprar entradas para volver con alguien. Cuando la verdad atraviesa la cuarta pared, te olvidas del mundo y hace efecto al instante. Es el arte inoculado sin efectos secundarios desagradables. Ahora que Xavier Albertí se va del Teatre Nacional de Catalunya, después de haberlo dirigido desde la quiebra de Lehman Brothers hasta la crisis del coronavirus, le han hecho una entrevista en Núvol en la que argumenta que “un teatro es una lengua, y una lengua es un alma”. ¿Es por eso que hemos vuelto masivamente al teatro y, en cambio, estamos solos cuando vamos a ver una película, aunque sea tan entretenida como Le bonheur des uns...? Quizás durante un año y medio nos hemos acostumbrado a verlo todo en las pantallas de casa y, ahora, nos cuesta dar el paso de ir a un lugar donde habrá más gente que, encima, puede masticar palomitas. Al cine en las salas de cine se lo ha dado por muerte tantas veces que, ahora, tenemos la certeza de que, si no lo consiguió la televisión, el VHS, el DVD, tampoco se lo podrán cargar las plataformas o la pandemia. La muerte de los cines es, seguramente, el único documental que Netflix no podrá rodar nunca. 

Nunca digas nunca, Pedro

Si Gabriel Rufián y Pablo Casado coinciden en una cosa, quizás se lo tienen que hacer mirar. Esta semana, en el Congreso, tanto el diputado de Esquerra como el líder popular coincidieron en reprocharle a Pedro Sánchez que hubiera dicho, no muchos meses atrás, que nunca concedería los indultos a los nueve presos catalanes. Y, en cambio, lo había acabado haciendo. Rufián tenía la esperanza de que pasara lo mismo con el referéndum de autodeterminación que el presidente del gobierno español dice que no convocará nunca. Pase lo que pase. Casado lo decía, en cambio, con ganas de esparcir el miedo por el territorio con un silogismo de primero de lógica formal. Si usted que decía que no indultaría ya tiene a los presos en la calle, usted que ahora niega la posibilidad de un referéndum pactado en Catalunya ya se ve venir que lo acabará convocando. Pedro Sánchez, que, por táctica, valentía o inconsciencia, ha dado un paso adelante que no se tiene que ningunear, tiene razón cuando dice, taxativamente, que de referéndum nada de nada. Él sabe que no lo convocará y por eso puede estar seguro. Sabe que en esta legislatura, mientras todo el mundo se distrae con una mesa de negociación y otros malabarismos políticos, ya no tendrá tiempo efectivo para dar el paso adelante que el 80% de la población catalana reclama. Por eso, y para que no lo escalde más la triple derecha, que no es tanto la pinza PP-Vox-Ciudadanos como el martillo constante de los tres diarios de Madrid que viven de la obsesión por la unidad de España. Ahora, de momento, tiene que bajar el suflé de los indultos. Los pasos hacia la autodeterminación son tan cortos como mudos. Pero siempre adelante. Ya no se puede decir nunca, porque nada es seguro ni por siempre jamás. Los acentos diacríticos ya son historia, Messi ya no tiene contrato con el Barça y mañana mismo en la Unión Europea ya no se podrá usar ni una pajita de plástico más. Ni siquiera un plato de plástico en una barbacoa de partido político a la que se va no tanto para atiborrarse de costillas como para hacerse ver por si alguna vez toca repartirse unos cargos. Eso sí que no varía nunca. 

Xavier Bosch es periodista y escritor

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