La segunda teniente de alcaldía del Ayuntamiento de Barcelona ha sido recibida por la cónsul de Estados Unidos, colgando una foto del encuentro en X, acompañada de un texto del tipo “abordar desafíos comunes” y “fortaleciendo lazos entre territorios”, sólo en castellano.
Que la representante de la capital de Cataluña no pite en catalán es revelador. Primero porque, si por algo se distingue desde hace años el Consulado de Estados Unidos en Barcelona (uno de los consulados de EE.UU. más antiguos del mundo, abierto en 1797), es por el uso habitual del catalán en sus comunicaciones a las redes. Es una normalidad que no deberíamos estar subrayando, pero, teniendo en cuenta el pan que se le da, debemos calificarlo de demostración de diplomacia inteligente. Y después, porque es decepcionante que alguien piense que la lengua propia del país (y oficial, por si tiene miedo a engancharse los dedos) no sirva para hablar con el mundo.
El valor social de las lenguas y sus usos cambian con el paso de los años y, en los últimos tiempos, el catalán está afectado por una doble corriente: el globalista, en el que el inglés primero y el castellano después tienen estatus de lenguas francas (sobre todo en una ciudad internacional como Barcelona), y el nacionalista español, que renueva la lengua catalana como uno de los objetivos a abatir después de los "excesos" del Proceso. Ambas influencias refuerzan el estigma de que, si no quieres tener problemas, mejor que te expreses en público en castellano. En un momento como éste es fundamental que nuestros electos recuerden que el uso de las lenguas nunca es neutro y que no contribuyan a convertir el catalán en la lengua connotada.