Profesionales cuya actividad depende del conocimiento: educadores y profesores, periodistas, economistas, abogados, arquitectos, diseñadores, consultores, psicólogos, ingenieros, publicistas, escritores… La lista sería interminable. Estas profesiones requieren determinadas competencias. Una de ellas, creo que la principal, es el conocimiento, que incluye todo lo acumulado durante la formación y posterior actualización del profesional. No es solo lo que ha estudiado. Es también lo que ha ido leyendo en relación con el trabajo o con aspectos relacionados con el trabajo.
En mis vertientes de escritor y economista, a lo largo de los años he ido acumulando una biblioteca enorme de libros. No solo de economía y empresa. Ensayos sobre filosofía, historia, sociología… Me han interesado mucho los libros sobre cómo escribir libros. Recursos estilísticos, manuales de estilo, estrategias narrativas…
Y cuento esto por algo que me ha sucedido y que tal vez algunos lectores consideran anticuado o que se aleja de la gran tendencia digital. El caso es que, a causa de una mudanza (horribles, las mudanzas), he tenido mi gran biblioteca en cajas durante varios meses. No podía sacar los libros porque las estanterías no estaban listas (aún más horribles, las reformas). Pasaban las semanas y me invadía una extraña sensación. Mi capacidad para escribir e inspirarme estaba como mermada. Una inseguridad o duda se adueñaba de mí. Como si perdiera fuerza o combustible.
Ayer terminé de colocar todos mis libros en las estanterías. Cada ejemplar que colocaba al lado del otro me recordaba las ideas principales, me inspiraba, me hacía pensar en esta u otra teoría, ese punto de vista, esta forma de ver las cosas, aquel asunto que tanto debate traía… Y aquí descubrí el inmenso valor de una portada, de una cubierta, del diseño físico de un libro. Constaté que la cubierta física, el diseño y el mismo ejemplar en sí, palpable, con mis notas y marcas, activaba los mecanismos de la memoria. La memoria es indisociable de los estímulos que la alimentaron.
Me acosté con mil nuevas ideas en la cabeza. Para escribir. Para debatir. Para pensar. Para compartir. Me di cuenta de que mi arsenal, mayor o menor, seguía vivo. Solo necesitaba el libro leído, de pie ante mí. Soy de los que nunca pasarán al libro digital. Porque el libro es algo más que un texto. Es la memoria. El libro físico es el eco de la lectura que ese mismo libro hizo posible. Los libros tienen vida. Estoy convencido de ello.