Los 7 presos que han convivido en la prisión de Lledoners se preguntaban antes de traspasar la última puerta blindada del centro penitenciario si tenían que poner cara de "victoria" o "entierro". Cuixart, aliado natural de la alegría, salía con expresión de victoria y Oriol Junqueras votaba por entierro para no transmitir carencia de solidaridad con los represaliados. La situación resume bien la mezcla de emociones del independentismo, el mix de alegría de ver cómo los presos políticos pasaban a ser solo políticos que pueden defender sus ideas en libertad y la perspectiva del largo camino que queda con exiliados y represaliados. El indulto es un paso hacia delante, pero la mesa de negociación no tiene ninguna garantía de éxito. La expresidenta del Parlament, Carme Forcadell, insistía que "la alegría no es completa" con los exiliados en el limbo europeo y el Tribunal de Cuentas pasando factura a los servidores públicos, y la exconsellera Dolors Bassa advertía que "1.221 días de prisión no es el final de nada". A pesar de todo, la sociedad catalana gana hoy un grado de libertad para evaluar el panorama después de la batalla, hacer balance honesto y hacer propuestas para un país necesitado de reconstrucción.

Mientras los 9 presos políticos salían de la prisión, en el Congreso de Diputados la derecha y la ultraderecha escenificaban un drama griego lleno de adjetivos grandilocuentes sobre la patria y la traición. Tres años después, la política vuelve a la política.

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