La loca de los gatos que de joven se reía de las locas de los gatos


Cuando los gatos de la calle oyen el ruido del coche, destartalado, salen de los escondrijos, porque ya saben que es el momento de comer.
La mujer aparca, allá delante, baja con la lata en la mano y he aquí que todos empiezan a hacer marrameos entre sus piernas. Los llama por el nombre. "Blanquete", "Oscura", "Manchas"... Unos nombres auxiliares, de gato que te encuentras, una distinción útil, pero dulce. Les habla, a veces enfadada ("¡Huye, tú!") a veces mimos ("Venga, acércate, que no te haré nada..."). Lo hace por la mañana, cuando el hombre sale a desayunar, porque se lo esconde, que lo hace. "No quiero oírlo, como no quiero oírlo, lo hago cuando no está y santas pascuas". Y añade: "Si lo supiera, estaría todo el día que si la loca de los gatos cabe aquí, que si la loca de los gatos hacia allá". Dos ciclistas, que suben carretera arriba, medio rumian, como si la hubieran oído: "Estas mujeres que dan comida a los animales... ¡Es un nido de mierda!".
Esta mujer, que de joven también se reía, de las locas de los gatos y de las palomas, sólo recibe el agradecimiento de los gatos, en todo el día. Hace el almuerzo, en casa, ya menudo se le quejan o no lo acaban. Durante las comidas, todos miran el móvil o el televisor, y la máxima señal que hacen, si les gusta la comida, es repetir sin decir nada. Muchas veces, por la noche, el hijo cena en la habitación mientras habla por teléfono con sus amigos. El hombre ha comido fuera y no tiene hambre. Se coge un trozo de pan y jamón y se lo come de pie.
Acaba de pescarlos, recoge la lata, y sube de nuevo al coche. "¡Venga, hasta la noche, llévate bien!", les dice. "No se peleáis, ¿eh?"