Mal vamos cuando un presidente debe recurrir a la solemnidad de un discurso de estado para decir que no se marchará y para recordar que es él quien manda. Macron conquistó el poder con la pretensión de relanzar la V República superando la dialéctica derecha-izquierda, que había dado ingeniosas experiencias como la cohabitación. En la práctica, en su segundo mandato ha tropezado a cada paso y, en el desconcierto, ha cometido errores esenciales, que demuestran su incapacidad de leer lo que está pasando.
Ante el ascenso de Reagrupamiento Nacional en las elecciones europeas no se le ocurrió otra cosa que convocar elecciones generales. La extrema derecha hizo una primera vuelta excepcional, siendo el electorado de la izquierda el que salvó los papeles llegando primero a la segunda. El centroderecha sobre el que Macron se apoyaba quedó atrapado entre los dos bloques. Y el presidente, en vez de pactar con parte de la izquierda que había provocado la movilización resistencial, optó por elegir a un veterano de los suyos para reconstruir el país desde la minoría. El nuevo gobierno ha durado tres meses. Y el presidente ha quedado en evidencia.
Ahora se dispone a elegir a un nuevo primer ministro. ¿Con qué autoridad? ¿La que emana de un presidente que la ha dilapidado tanto que tiene que repetir que cumplirá el mandato para que la gente lo crea? ¿Está dispuesto a formar un gobierno de amplio espectro incorporando a parte de la izquierda para formar un bloque transversal? ¿Es consciente de que, haga lo que haga, su tiempo ha pasado? Un gobierno amplio con un primer ministro solvente lo llevará inexorablemente a la condición de presidente en prejubilación. Un gobierno caprichoso, fruto de que el presidente se siga creyendo que todavía tiene autoridad para llevar la contraria a la mayoría, no tendrá más futuro que el que acaba de caer. Tal es el desconcierto de Macron que en su discurso apeló a la reconstrucción de Notre-Dame como ejemplo de cómo la política debería hacer las cosas. ¿A qué viene convocar a Dios para bendecir su desastre? Es su último juguete, después de que la estela de los Juegos Olímpicos se haya esvanecido rápidamente. Melancolía de quien se le acaba el tiempo.
Sin embargo, que la deriva de Macron no nos haga perder a Europa de vista. Mirad Alemania, mirad Francia. Los dos referentes europeos se arrastran en un estancamiento que capitaliza la extrema derecha. Y la izquierda, descolocada por los cambios de una mutación sistémica, se desdibuja como alternativa, incapaz de leer los nuevos tiempos. ¿Quién habría dicho, cuando llegó Macron, que siete años después, en un momento de grave crisis institucional, tomaría la palabra para dejar constancia de que no tenía nada que decir? Llegó radiante de maquillaje y ha terminado descolorido. No va solo por Francia. Va por todos. El triunfo de Trump y la decadencia de Macron son advertencias que deberían hacernos reaccionar.