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Cada vez que Manuel Valls suma uno de estos humillantes guantazos a que se ha visto reducida su vida política, es un buen momento para recordar que este era el hombre que, según los más finos analistas del país, tenía que cambiar la política barcelonesa, catalana y española, todo casi de una tacada. No digo que, de un modo u otro, no cayéramos todos en la trampa: unos porque lo veían como una especie de deus ex machina providencial que tenía que venir a poner fin al Procés de una vez por todas, y otros porque, al verlo fichar por los Ciudadanos de Albert Rivera (entonces en su cenit por lo que hacía a popularidad, influencia e intención de voto), lo situábamos dentro de una zona ideológica cercana a la extrema derecha que tampoco le acaba de corresponder. En realidad, si algo representaba a Manuel Valls (y lo personifica también ahora, cuando su estrella se ha apagado y vaga entre Francia y España en los troncos topando de cabeza) es la figura del vividor, la estampa del paracaidista, la quinta esencia del charlatán o el vendedor de jarabes que se pasea por el mundo ofreciendo un brebaje que tanto sirve para hacer renacer el cabello de los calvos como para solucionar el conflicto entre Catalunya y España. En una palabra, aquello que poéticamente convendríamos a denominar un fantasma.

Ahora Manuel Valls ha caído –como hemos podido leer en este diario– en la primera vuelta de las legislativas francesas, en que era candidato a la Asamblea Nacional por el En Marcha de Emmanuel Macron, por la circunscripción de los franceses residentes en España, Andorra, Portugal y Mónaco. Desconocemos si este era el cometido al que tiene que aspirar alguien que ha sido primer ministro de Francia, pero es que incluso esto, que parecía una victoria segura, Valls no lo ha conseguido. Es difícil decir si esto lo convencerá de tirar la toalla y dar por acabada su nada edificante trayectoria, o si todavía tendrá ganas de añadir algún hito más a su colección de fracasos.

Venía de la política barcelonesa, donde lo máximo que llegó a dar fue facilitar la formación del gobierno de comuns y socialistas que hay en el Ayuntamiento de Barcelona (Colau y los comuns juegan sucio igual que todo el mundo, aunque ellos lo nieguen, pero no sé si esto nos tiene que escandalizar tanto como hacen ver algunos) en detrimento de Ernest Maragall y ERC. Después se fue por donde había venido, y ahora falta ver qué gobierno se formará de aquí un año en Barcelona (¿tal vez uno de los comuns y ERC?). Pero consideremos las élites barcelonesas que depositaron sus esperanzas en Manuel Valls y corrían a untarlo con sobres llenos de billetes, para que se deslizara mejor. Recordemos las voces autorizadas que nos regañaban diciendo que no teníamos ni idea de la rica cultura política de la cual provenía Valls, y que no sabíamos ponderar la gran aportación que significaba su fichaje por parte de aquel líder visionario denominado, ya lo hemos dicho, Albert Rivera. Valoremos cómo es posible tanto provincianismo, tantos humos y tanto ridículo, y riámonos, si ustedes quieren, un rato.

Sebastià Alzamora es escritor
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