Cuando la emotividad ocupa todo el espacio en el ejercicio de la política, la racionalidad y el buen gobierno se tiran por la ventana. Quizás acabará siendo verdad aquello de que el catalán es un pueblo extremadamente sentimental y también quizás es una realidad palmaria lo que Gaziel expresó entre suspiros sobre la incapacidad de hacer política. La cuestión es que en Catalunya vivimos un exceso de psicodramas y un déficit de resultados.
Laura Borràs y sus leales seguidores han vivido un trance político esta semana que han expresado públicamente con rabia e impotencia. De hecho, la expresidenta del Parlament ha experimentado como “cinco diputados vestidos de jueces hipócritas”, es decir, la mesa del Parlament, la suspendían en virtud del artículo 25.4, que la propia cámara aplica a cualquier miembro cuando se le abre juicio oral.
Borràs, que tiene una capacidad de liderazgo basada en sus extraordinarios dotes comunicativas, no calculó bien las fuerzas, confundida por las ruidosas campañas de sus seguidores en Twitter. Los mismos que llevan años señalando con ira a los críticos o a todos los que no son suficientemente entusiastas. Los propios manifestantes que gritaban “¡fascistas!” a los periodistas que tienen la mala costumbre de poner su profesión por delante de sus simpatías y de los intereses de los políticos.
Borràs tiró de épica en la puesta en escena de la salida: “Los que me quieran muerta, tendrán que matarme y ensuciarse las manos. Yo he venido a hacer la independencia, no a suicidarme por la autonomía”. La frase, efectista, olvida cómo ha acatado la legislación en el ejercicio de su cargo, desde la suspensión del diputado Pau Juvillà, cuando quedó claro el límite de la acción y la contradicción con la retórica.
La salida ha sido especialmente difícil para la expresidenta por dos motivos: por un lado, la decisión de su partido de mantenerse dentro del Govern y no plantar a ERC, y, por el otro, la intensa pero escasa presencia de manifestantes en las puertas del Parlament en el que en las redes se había convocado como una manifestación masiva de apoyo.
La experiencia permite pensar que el caso Borràs se puede haber podido hinchar judicialmente, pero no es aceptable que la presidencia de la segunda institución del país pretenda que no se le aplique la misma medida que al resto de los electos. La medida de todas las cosas es la democracia y las normas de las cuales nos dota, y no lo es ni uno mismo, ni la carrera personal, ni las filias o fobias. Las normas y la ley no sirven solo para aplicárselas a los contrincantes, y así lo han interpretado buena parte de los correligionarios de Borràs.
Dentro de JxCat se juega una sorda batalla entre un independentismo reivindicativo en las formas y pragmático en el fondo, protagonizado por hierro de la antigua Convergència y algunos independientes solventes, y un sector laurista heredero de las incorporaciones a JxCat desde el activismo más diverso. Un activismo anclado en el simbolismo y menos en la gestión del mientras tanto.
La cuestión es que JxCat está hoy en plena reconstrucción del centro liberal independentista, con Jordi Turull tomando las riendas de la formación (con Josep Rull ) y algunos consellers y ejecutivos ganando peso específico (Giró, Encina, Geis, Calvet).
Casi cinco años después del referéndum del 1 de Octubre y de la efímera declaración de independencia, 16 años después del referéndum que aprobaba la reforma del Estatuto y 12 años después de la sentencia del Tribunal Constitucional que lo dinamitó, la política catalana sigue desorientada y con unos liderazgos en construcción y destrucción.
El independentismo vive en un paréntesis que solo resolverá el tiempo con una eventual reacción a una victoria del PP y Vox o dependiendo de cómo sea de rápida la decepción con el PSOE. De momento, la mesa de negociación avanza en algunos temas fuera de la agenda del referéndum de autodeterminación y favorece al PSC.
Como ha publicado el CEO, el PSC, que sería el primer partido en unas nuevas elecciones, crece y ampliaría el margen respecto a ERC, con quien empataron a escaños y solo ganó por 50.000 votos. Y la mayoría independentista se vería debilitada por la bajada de JxCat, que ocuparía el tercer lugar en el Parlament.
El caso Borràs abunda en la insatisfacción democrática que el 73% de los electores también expresan en el CEO. Los costes de la decepción democrática, del populismo, de la desmovilización pueden generar un caldo de cultivo de la antipolítica que no tiene buenas perspectivas.
Hoy el apoyo a la independencia llega a un 41% de la sociedad mientras los partidos independentistas todavía no han superado el trauma de 2017 ni hablan con claridad a sus electores.