Modulando espantos

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Gravat que representa la Revuelta de Haymarket de 1886, que dio lugar a la conmemoración del 1 de mayo.

«Un vacío de información que anuncia
la muerte por nuestra propia ignorancia»
Anna Politkóvskaya, 2004

No nos asustamos lo suficiente. Y eso que el último mes ha sido prolífico en datos, demoscopias, estudios y encuestas –y en misiles volando, beneficios eléctricos por las nubes y facturas elevadas– que sobrecogen todavía más. Por si no teníamos ya suficientes agujeros negros. Contra la hiperrealidad, esta semana parecía, fantasías mágicas por un instante, que no se abordaba el caso Pegasus en el Estado que hace meses que juzga el comisario Villarejo por una trama continuada de corrupción en los ángulos ciegos del Estado. En el mismo Estado en el que 700 militares firmaron hace nada un manifiesto protofranquista en apoyo al dictador. En los tribunales del Estado referido donde un comisario declaraba hace tres años: "Hemos hecho cosas que pondrían los pelos de punta. Por España". Hace tanto tiempo que lo hacen que una historia estructural –para no dormir– de los servicios secretos españoles, desde la transmutación transicional –del Seced de Carrero Blanco al Cesid– hasta el actual CNI, daría para muchas consideraciones y un exceso de continuidades. Piensa más y acertarás.

El secreto de estado es lo que es –hasta que deja de serlo–. Decae cuando te pillan. Cuando un laboratorio canadiense, tres años de trabajo discreto y un reportaje en The New Yorker firmado por Ronan Farrow te dejan con la cloaca al descubierto. Y el culo pelado. Después, después todo está inscrito en el manual de estado de la negación. Como la contraofensiva argumental que han desplegado recurriendo al arsenal disponible (editoriales, tertulianos y otras fuerzas de seguridad de la Estado) y que van desde el intento de desprestigiar la fuente –de tildarla de contaminada o poco rigurosa– hasta probar de minimizar el impacto con afirmaciones que no pasan de actas de fe. Más o menos iba así, hasta que llegó Margarita Robles, claro, y reató el indisimulado "todo vale" con aquel inacabado "A por ellos" de octubre del 17, que perdura todavía, tanto en la superficie como en el subsuelo.

En el caso de la ministra Robles, sin embargo, concurre una doble paradoja. La responsable de Defensa sabe suficientemente bien qué es la guerra sucia, las cloacas del edificio que habita y el terrorismo de estado. Porque fue víctima de ello. Corría el 1994 en el País Vasco y dos extrañas bombas estallaban en la playa de Muskiz y el parque de Artxanda. Se atribuyeron a ETA, pero resulta que la autoría era demasiado cercana: nada más que un mensaje de la propia cloaca a la flamante secretaria de estado de Interior. No metas las narices donde no corresponde y cuidado con lo que haces: "Si no fueras una mujer te metía una hostia", le abroncó Corcuera en su despacho ministerial –solo hay que releer En el laberinto. Diario de Interior 1994-1996 de Fernando López Agudín–. La segunda paradoja resulta, aviso a navegantes, de preguntarse qué pasaría si se llegara hasta el final. La hemeroteca acredita que no demasiado. En uno de los pocos casos donde todo restaba acreditado –el espionaje industrial ilegal de la sede de Herri Batasuna durante años sin ninguna orden judicial y a cargo del Cesid– sí que se llegó a juicio. La sentencia condenaba a dos directores de la Casa –Calderón y Manglano– a tres años de prisión y ocho de inhabilitación. Puntual como es debido, el Supremo –¿quién si no?– los absolvió después. Chimpún. Razón de Estado S.A.

Del ayer al hoy, no es el único motivo de espanto continuado. Venimos asustados de fábrica. Hace dos meses que la guerra estalló en Ucrania y los recuentos de muerte, horror y destrucción estremecen. Ayer, António Guterres sostenía en Kiev que una guerra en el siglo XXI era un absurdo. Actualmente, hay sesenta guerras en el mundo. Sesenta absurdos. En algunas, el rol del gobierno español es aciago y nefasto, como séptimo exportador mundial de armas. Inefablemente en el caso de Arabia Saudí y la guerra del Yemen. Armas españolas y 400.000 muertes no televisadas. La displicencia del progresista Sánchez queda en la hemeroteca: "Lo que hagan terceros países no es responsabilidad de este Gobierno". Chimpún con coletilla: "Estoy en la defensa de los intereses de España". Esta misma semana, el Instituto SIPRI de Estocolm ha avisado que durante el 2021, antes de la guerra, el gasto militar mundial continuó creciendo hasta subir al triste récord histórico de 2,1 billones de dólares. Virus a cañonazos. ¿Qué puede salir mal? Como para no asustarse más todavía.

Colapsos simultáneos en la era del antropoceno, a principios de marzo el sexto informe de evaluación de la IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático) era más demoledor que el anterior –y menos que el próximo– y se reiteraba en las evidencias irreversibles de que estamos en un punto de no regreso climático: disrupciones sistémicas, crisis humanitarias, deshielo de los glaciares o migración de especies. O sequía o inundación. Lo que nos espera. No nos queremos creer lo que ya sabemos. La sociedad, apuntalaba crudamente el informe, opera a la vez como víctima y verdugo. Más de 3.000 migrantes muertos en el Mediterráneo en 2021. Y del desastre más global al calvario más local. El pasado martes las Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS) presentaban el último Informe de Indicadores Sociales con un trabajo específico sobre el panorama desolador de la vivienda en Catalunya: "La vivienda es hoy un motor de exclusión social de primer orden". En nuestro país, deriva estructural, 1,3 millones de personas viven en una vivienda inadecuada -infraviviendas, hacinamiento o estructuras temporales- y 915.000 en una vivienda insegura. El sinhogarismo ya afecta a 18.000 personas. No sobra decir que el intento legislativo de cambiar algo, aprobado en el Parlament a iniciativa de una ILP de los movimientos sociales, fue tumbado por el Tribunal Constitucional. Quince años después del estallido de una orgía inmobiliaria que prosigue con constitucional alfombra.

A pesar de todo, más asustados que ayer, pero menos que mañana, el domingo volverá a ser Primero de Mayo. En todo el mundo se conmemorará el homenaje a los mártires de Chicago colgados en la horca en 1886 cuando reivindicaban la jornada de ocho horas. Siete años después, en un proceso de revisión impulsado por el gobernador de Illinois, se reconocía la inocencia de los ajusticiados injustamente. El dilema perdura y el espanto modula: se trata siempre de no llegar tarde. A colación el día más rojo de los rojos posibles, para constatar que desde la huelga de la Canadiense del 1919 no se ha reducido más la jornada de trabajo –y ha pasado un siglo–, que el próximo año hará 100 años del asesinato de Salvador Seguí y que un país sin sindicalismo será siempre menos país y un lugar mucho peor. En plena oleada reaccionaria, o nos recobramos en la posibilidad de humanidad o, parafraseando a Fuster, nos espera una apisonadora insaciable en el módulo global de los espantos.

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