Móviles y aulas: la dificultad de navegar

Incorporación del móvil en el aula Móvil en el instituto. ¿Cuándo y para qué?
09/08/2025
3 min

En Cómo atrapar el universo en una telaraña (2017), Tomás Saraceno dejó que 7.000 arañas crearan durante meses un bosque de telarañas que podía visitarse en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Este ejército, ajeno a la mirada humana y su estetización, ejecutaba en cada puntada lo que Louise Bourgeois proyectó en su Maman: la araña como animal diligente, atento, calmado, preciso y sutil, capaz de hilar todas las contradicciones aparentes. Hilar una red cazadora de presas y protectora de crías, una estructura tenue, casi invisible, de gran resistencia y tenacidad, tanto capaz de arraigar en los árboles como de volar o hacer de campana de buceo. Solo, sin embargo, para la mente humana, que conoce por oposición, es una paradoja. En la naturaleza, todos estos atributos conviven sin grieta.

El reciente Plan de Digitalización Responsable impulsado por la Generalitat representa un paso importante hacia una integración reflexiva de la tecnología en la educación. Este plan reconoce que la digitalización no es un objetivo en sí mismo, sino una herramienta que tiene que estar al servicio del aprendizaje con el objetivo de revisar el uso de los dispositivos digitales, generar reflexión y garantizar que contamos con entornos educativos seguros.

Las evidencias de los últimos años han mostrado que el uso sostenido de los dispositivos personales en edades tempranas o indiscriminadamente impacta negativamente en el ámbito social, el rendimiento académico y la salud mental. Dentro del entorno escolar, el uso de los teléfonos causa más distracción, incrementa el tiempo necesario para reenfocarse en una tarea después de una actividad no lectiva y sustituye el tiempo dedicado a actividades saludables.

Una imagen muy gráfica son las quejas vecinales por el ruido cuando se prohibieron los teléfonos en las escuelas australianas. ¿Podéis imaginar un patio de escuela silencioso durante años? Nuestra experiencia también nos demuestra que, cuando no hay dispositivos personales en la ecuación, los jóvenes se dedican a otras formas de comunicación y ocio, y mantienen una atención que está correlacionada con la motivación, ambas fundamentales para el aprendizaje. Siempre es posible abarcar la innovación tecnológica e incorporarla como recurso manteniendo el propósito educativo: la construcción de conocimiento compartido, los vínculos y el desarrollo del pensamiento crítico.

Es necesario que formemos en competencias digitales, dice el Plan, y es cierto. Por un lado, implican un conocimiento técnico, que puede formarse a partir de la adolescencia con el uso no individual de los dispositivos y con una tarea acotada, no a lo largo de toda la jornada escolar. Y por el otro, implica una capacidad para gestionar el gran reclamo que es la red. Es en esta segunda donde se produce una controversia educativa entre garantizar un entorno seguro y que los alumnos aprendan directamente de la realidad que se van a encontrar. Esta disyuntiva es persistente en educación, no exclusiva del ámbito digital. Educar no es otra cosa que decidir cuándo y cómo, siempre que esté a nuestro alcance, y mostrar modelos para sostener la complejidad, sabiendo secuenciar su generación.

Bajo ese prisma, utilizar un móvil y navegar por la red tiene un grado de complejidad elevado. El gran contraste entre la falta de necesidad de esfuerzo, la facilidad de acceso y usabilidad, y la enorme dificultad de ser capaz de escoger qué impulso seguir en un mar de estímulos dopamínicos es un reto que requiere muchas otras aptitudes. Esta última capacidad es solo una conjugación del propio propósito de la educación, de una vida: tomar buenas decisiones y saber qué hacer cuando no han sido acertadas. Es una facultad compleja, no discernible de otros ámbitos. Esperar que un niño de once años desarrolle esta facultad en el ámbito digital es tan exigente como hacerle leer a Donna Haraway. Conoce el alfabeto, es capaz de descodificarlo: podríamos esperar de él que fuera competente leyéndola, o que sea solo una cuestión de perseverar en la repetición de su lectura lo que hará que mejore su capacidad crítica y analítica. Igual es pensar que uno aprende a hacer un uso responsable del móvil utilizando el móvil. Los puntos de llegada no son asimilables en el proceso entero. Así, navegar por la red –da igual redes sociales como internet– es equiparable a conducir un coche en cuanto a requisitos competenciales complejos y responsabilidad en las consecuencias. Puede parecer fácil pero no es ligero.

Nos queda además una cuestión fundamental: ¿qué queremos que sea la escuela? A menudo se nos recuerda que no abrazar las derivas sociales es estéril y nos deja atrás, pero me gustaría que las escuelas nos viviéramos con la potestad de elegir y no actuar desde la sociedad como imperativo: si no, seríamos innecesarias. Por eso se crearon: para ser un espacio contracultural, un lapso de reflexión performativa en el que debemos recordar siempre que poder hacer no es sinónimo de tener que hacer. La escuela, por suerte, es como la araña: puede tejer un universo o dejar que este se atrape en una inmensa red.

stats