

Ya hace décadas que lo mismo que este miércoles se llamaron en público Rufián y Dalmases lo dicen en privado gente de Esquerra y de Junts, antes Convergència. No todo el mundo, por supuesto, pero el resentimiento de unos contra la distancia clasista de otros es tan viejo, al menos, como la política catalana desde 1977.
La ambición de ser el palo de pajar del voto de "estricta obediencia catalana", los 23 años de Pujol, los tripartitos, el Proceso, las prisiones, los exilios y ahora los pactos con PSOE, elevado al cuadrado de las redes sociales, ha convertido la competición entre los dos partidos es un espectáculo que solo puede estimular a las respectivas.
La política ya lo tiene, esto, y en todas partes. Basta con ver que descarnadas que son las luchas por el poder dentro de cada partido. Pero esta discordia es especialmente amarga para miles de personas, porque Esquerra y Junts han sido algo más que dos simples partidos cuando las calles eran "siempre nuestras" y nadie preguntaba al manifestante de al lado qué partido votaba. Luego ninguno de los dos, con la ayuda inestimable de la CUP, fue capaz de dar alguna utilidad a la mayoría independentista del Parlament, e incluso fueron incapaces de gobernar en coalición.
Por supuesto, cada partido es propietario de sus estrategias. Desde fuera, sin embargo, uno diría que tanto Esquerra como Junts están sometidos al mismo menosprecio de parte del PSOE y que allá donde uno tropezará en inmigración o en el catalán en Europa el otro tropezará en Cercanías o en la financiación singular, y que, por tanto, este enfrentamiento no sólo no les acercará a la política. Isla seguirá siendo presidente por varios años.