Ya no se os puede decir nada

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Ya no se le puede decir nada

El caso Rubiales ha hecho reaparecer una frase muy recurrente en las conversaciones privadas sobre las situaciones de acoso a las mujeres: "Es que ya no se os puede decir nada". Es una especie de escudo protector. A pesar de los ejércitos de aliados, es cada vez más difícil encontrar a hombres que, ante las situaciones de abuso y violencia que han sufrido algunas mujeres de su entorno, sean capaces de responder con un honesto: “Ostras, me sabe mal que te hayan hecho sentir así de mal”. O bien: “Tienes razón, debe de ser muy complicado hacer frente a una vivencia tan agresiva”. O incluso un empático: “Lo siento. Nunca había pensado cómo se podía sentir una mujer ante comentarios tan machistas en los que el resto de gente se ríe”. Estas opciones, aunque parecen sencillas y que cedo amablemente a quien las quiera utilizar, quedan incomprensiblemente descartadas. En cambio, algunos señores prefieren reivindicar el tan popular y contagioso “es que ya no se os puede decir nada” que suele cerrar la discusión porque busca culpabilizar a la interlocutora.

Pero, en vez de tirar la toalla, es más interesante analizarla en profundidad y encontrar una manera útil de sacar adelante la conversación y colocar al individuo frente al espejo. Primero es necesario reflexionar sobre la intención implícita de la frase. Los autores del “ya no se os puede decir nada” lo dicen porque temen ser malinterpretados cuando hablan con una mujer. Aunque es difícil confundir un comentario violento o chapucero con uno educado y no invasivo. Quizás la frase a veces la dicen hombres que pretenden buscar la confusión porque así siempre tienen el comodín de acusarte de malpensada. Son los que también consideran que las mujeres somos aguafiestas, sin sentido del humor y a menudo amargadas. En cambio, las mujeres que conozco que han oído la frase del “ya no se os puede decir nada” son capaces de reír, de bromear y de mantener largas conversaciones con hombres entretenidas, divertidas y enriquecedoras.

Para evitar dudas y dolores de estómago a estos pobres señores que consideran que a las mujeres ya no se nos puede decir nada, es necesario establecer un protocolo que los ayude a superar el trauma y la terrible represión que experimentan. Ante hombres desorientados y asustados por la mala interpretación de sus comentarios inocentes y divertidos, es necesario actuar deprisa para que no sufran. Cuando suelten el “ya no se os puede decir nada”, es aconsejable pasar a una especie de psicoanálisis del emisor de la frase. Hay que hacer un interrogatorio serio y estricto del individuo: “Exactamente, ¿qué comentario tendrías la imperiosa necesidad de hacer que crees que ahora debes reprimirte?” La pregunta suele dejar descolocado al individuo, porque entonces no se atreve a decirlo, afirma que no quiere problemas y pasa a la excusa de que en ese preciso momento no se le ocurre. Hace algunas semanas, un hombre lamentaba que, en esa supuesta hipersensibilidad del feminismo, había decidido no establecer ningún tipo de contacto físico con sus alumnas. Contacto físico absolutamente inocente, casual y esporádico, por supuesto. El hombre lo había decidido como estrategia de prevención de problemas, disgustos y falsas acusaciones. La pregunta era obligada: “Exactamente, ¿qué parte del cuerpo de las alumnas estarías interesado en tocar de manera absolutamente inocente y consideras que debes reprimirte?” Y después de que el hombre mencionara el hombro, el codo o la mano como anatomía de socialización más al alcance y casta, estaría bien preguntarle: “¿Te resulta muy complicado desarrollar tu trabajo sin la posibilidad de tocar inocentemente a las alumnas?” Y si se enfada o se incomoda, sobre todo, acordaos de terminar la conversación con un sonoro y risueño: “¡Es que ya no se os puede decir nada!”

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