¿Normalidad? ¿Qué normalidad?

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Se suele identificar “la normalidad” con la vida cotidiana, la reiteración del trabajo, los estudios y los sacrificios del curso cuando nuestra vida se olvida del mar y de la importancia de un tomate. Pero "normalidad" cada uno tiene la suya. No es la misma la de la chica que se pincha cada día frente al diario en la calle del Raval que la de la directora de la escuela en la que se apoya. Realidad, normalidad y huida son ideas diferentes para ellas.

Curso político

La vuelta al curso político coincide con un cambio fundamental en la Generalitat de Catalunya, con el primer gobierno no soberanista desde 2010, cuando el president Montilla y su conseller de Economia tuvieron que admitir con dignidad que la oposición la tenían en la judicatura y en el PSOE.

Hoy un PSC más cercano al PSOE que al maragallismo vuelve a la Generalitat con ganas de “normalidad”. ¿Pero qué es normalidad en Catalunya hoy? “Normalidad institucional”, por ejemplo, es cómo una parte de la prensa ha calificado la recepción del president Illa al rey Felipe VI en los actos de presentación de la Copa América. Se entiende la voluntad de las fuerzas vivas de pasar página de los años del Procés y de volver al statu quo tradicional, pero es poco realista pensar que la amnesia funcione.

En Catalunya han pasado bastantes cosas en los últimos años como para que aprendamos unos y otros que el tiempo no ha pasado en vano. Si la “normalidad” se interpreta como una forma de pasar página y actuar como siempre, la política catalana solo estará abocada a un período de silencio antes de volver al ciclo del conflicto. Quizás del conflicto eternamente cíclico.

El péndulo de la historia es demasiado poderoso como para despreciarlo y la historia demuestra tanto la dificultad de encaje de Catalunya en España, la voluntad de ser y la resistencia del catalanismo a disolverse, como la reacción del Estado al cambio y a la reforma. Avanzar requerirá diálogo, tensión a favor del cambio y no simular que el Procés ha sido un paréntesis a olvidar por parte de aquellos que se consideren reivindicados por la formación de gobierno. Avanzar también requerirá cumplir los acuerdos, una cuestión siempre pendiente entre Catalunya y el Estado, sea cual sea el color de los gobiernos catalanes.

Cambiar Catalunya

El gobierno Illa aspira a la normalidad centrándose en la gestión, pero no lo tendrá fácil, ni con la mayoría parlamentaria insuficiente que tiene en el Parlament de Catalunya ni tampoco con las tensiones internas del PSOE y las externas, con un PP siempre dispuesto a hacer una oposición obstruccionista y condicionada por la extrema derecha, ya no solo en la política catalana. Buena muestra de cómo Vox condiciona a los populares ha sido la irrupción de un debate simplista e irritante sobre la inmigración y el efecto llamada. Un país que solo crece por la entrada de inmigrantes, que representan el 71% del incremento de la población activa (2022-2023), merece un debate algo más serio que separe mercado laboral, derechos y deberes de la ciudadanía y seguridad en ámbitos distintos. Un debate entre gobierno y oposición sin hacer trampa menospreciando la cuestión ni sobreactuando para contentar a Vox.

Cambiar España

Pero los tranquilos debates no son propios de la política española. Quizás ni de la política contemporánea. ¿Y si Feijóo tuviera razón? ¿Y si Pedro Sánchez está intentando cambiar la estructura territorial de España?

En algunos países se reformaría la Constitución, se cambiaría la numeración de la república o se haría una nueva transición. En cualquier caso se admitiría el problema fundamental, se haría un diagnóstico común de hechos y se abriría un período de negociación. Incluso se haría un referéndum. Pero en España se ataca el tema medular de la arquitectura territorial como se puede, a espasmos. El convencimiento de Sánchez nace de la imposición de la realidad de la única mayoría parlamentaria posible. Por su parte, la canilla de la oposición garantiza hacer toda la obstrucción posible a la aplicación de cualquier acuerdo que ataque el núcleo del problema, como intenta hacer la reforma del sistema de financiación.

Salvador Illa tendrá que negociar a la vez con el PSOE y ERC, y no lo tendrá más fácil con los suyos. Más allá del equilibrio de símbolos de los primeros días poniendo una bandera española y un rey por ahí y una diada y Poblet por allá. Illa tendrá que elegir qué presidente quiere ser, y sus predecesores tienen una extensa experiencia en el incumplimiento de los acuerdos del PSOE con la Generalitat. Esta es también la normalidad de la política española, donde se pacta y no se cumplen los acuerdos. Donde no se hacen públicos los datos que permiten tener una idea transparente de la realidad, donde no se ejecutan las inversiones prometidas y no se transfieren las políticas acordadas o se hace sin fondos que permitan hacerlas efectivas. Illa quiere “ayudar a España”, pero primero necesitará que los suyos lo ayuden a él y honren los acuerdos.

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