Las palabras perfectamente premeditadas bajo una falsa apariencia de salida de tono del ministro José Luis Escrivá sobre quién pagará la fiesta son toda una lección de economía socialdemócrata, es decir, de la creencia en los sistemas piramidales como base de las pensiones. Este mito ya cayó aparatosamente en la década del 1990 en Suecia, pero parece que las personas necesitamos espejismos atractivos para ir tirando. La sucesora de aquel país mítico fue Finlandia, donde ataban los perros con longanizas pedagógicas. Es el prestigio de la lejanía. De la omnipresencia de la violencia de género, del índice de suicidios o del alcoholismo de aquel país fabuloso no hay que hablar, porque se empieza así y se acaba explicando a los niños que los Reyes son los padres (las infantas Leonor y Sofia siempre lo han sabido). El sistema piramidal de la socialdemocracia sueca funcionó en el especialísimo contexto demográfico, productivo, etc. de la posguerra mundial. Después llegó la realidad –siempre tan desagradable, tan tozudeta– y, algo más tarde todavía, el triunfo de la extrema derecha a la que votan las clases bajas autóctonas. Una historia más vieja que el caminar. Escrivá la conoce, evidentemente, pero tiene que hacer ver que no. Cosas del cargo.
El ministro sabe que una viuda octogenaria que vive en una ciudad como Barcelona o Madrid no puede sobrevivir con 400 euros mensuales. Es aritméticamente imposible. Me imagino que también sabe que la inmensa mayoría de los jóvenes menores de 30 o 35 años están en el paro estricto o bien ocupan puestos de trabajo vergonzosamente precarios que les proporcionan unos ingresos no muy diferentes a los de su abuela viuda. Aquí hay un misterio, pues. Porque resulta que tanto el mencionado ministro como cualquier otra persona puede constatar que la yaya de los 400 euros no duerme en un cajero, y que sus nietos hacen másteres carísimos "para los puestos" y tienen móviles que valen un ojo de la cara. Entonces, inevitablemente, llega la pregunta: todo esto, ¿quién lo paga? En la mayoría de casos no son los servicios sociales, las instituciones públicas o privadas que se ocupan de estas cosas, etc. No: en general, quien le compra la lavadora a la abuela cuando se estropea y quien le paga la matrícula del máster a su nieto o nieta es una misma persona. Lo hace bien a gusto, porque se trata de su madre y de su hija, respectivamente. Por una razón cronológica más o menos obvia, esta persona pertenece a un segmento muy concreto de la bien o mal llamada generación del baby boom (los más viejos de esta generación tuvieron la suerte de jubilarse muy ventajosamente ya hace tiempo). La intención, al parecer, es exprimir como un limón el segmento de edad que va, poco más o menos, del 1960 al 1975. El paréntesis, insisto, es aproximado. La intención, en cambio, es mucho más clara.
Al cabo de pocos días de haber oído las declaraciones de Escrivá leo en el ARA las de Jordi Martí, regidor del Ayuntamiento de Barcelona y persona de confianza de la alcaldesa Colau. Dice: "El no crecimiento de las desigualdades se basa en las prestaciones públicas, y esto no había pasado en otros periodos". Es una afirmación discutible en muchos sentidos, pero lo que me interesa realmente de la frase es el concepto de "prestaciones públicas". Nos devuelve, por otra vía, a la confusa visión socialdemócrata sobre las relaciones entre generación y (re)distribución de la riqueza. En caso de que el Ayuntamiento de Barcelona, o la Generalitat, dispusieran de elementos productivos reales (campos de cereales, minas de oro, fábricas de electrodomésticos, etc.), la expresión "prestaciones públicas" tendría un determinado sentido y podría ser empleada en términos literales. No es el caso, sin embargo. Lo que hacen estas y otras instituciones es recaudar impuestos y, posteriormente, llevar a cabo las actuaciones que consideran oportunas.
¿Y de dónde sale toda esta pasta? ¿De los árboles? ¿De tesoros encontrados en naufragios? Parece ser que no. Estas "prestaciones públicas" provienen de personas que han generado riqueza previamente. Quizás una parte sale del bolsillo del señor aquel del sombrero de copa que se enciende los habanos con billetes de 500 euros, para ser fieles a la caricatura; pero la tajada gorda deriva del esfuerzo de asalariados a quienes se les retiene el IRPF o del IVA de los que tienen una tienda o un negocio. Conste que la mayoría pagan –pagamos– porque esta contribución hace viable el bienestar de la sociedad donde vivimos. El problema llega cuando el ministro Escrivá te explica que este bienestar no será para ti, que has nacido para trabajar hasta que la palmes. Cosas de esta estafa piramidal institucionalizada.
Ferran Sáez Mateu es filósofo