¿Un palmo y pipa en la extrema derecha o un anuncio publicitario?

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Lady Gaga, ensayando en el Sena poco antes del inicio de la ceremonia inaugural de los Juegos de París

Las valoraciones de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París han sido muy diversas, desde su entusiasta celebración hasta el repudio absoluto. El diario francés Liberación calificaba la ceremonia de “pam y pipa” en la extrema derecha, y es cierto que algunos protagonistas y ciertas escenas del acto han provocado las iras de los conservadores. Incluso los obispos franceses han corrido a quejarse de la mofa que, según ellos, se ha hecho del cristianismo en una parodia de La Santa Cena de Leonardo, con modelos de estética queer, al ritmo de la DJ y activista “transmaricabollo” Barbara Butch.

La ceremonia, en efecto, ha incluido guiños a toda una serie de cuestiones relacionadas con el género y la sexualidad, como el poliamor, la no monogamia, la bisexualidad y, por supuesto, el feminismo, algunas con más profundidad que otras . Por ejemplo, la evocación de una genealogía feminista a través de estatuas doradas, que serán instaladas de forma perenne en la ciudad, incluía Gisèle Halimi, abogada que destacó no sólo en la defensa de mujeres que podían ser condenadas a penas de cárcel por haber abortado, sino también en la de Djamila Boupacha, una independentista argelina, torturada y condenada a muerte, acusada de terrorismo durante la guerra de Argelia. Se dice que se debe a esta herida no curada de la historia francesa reciente que Emmanuel Macron prefirió hacer entrar al Panteón Joséphine Baker, una figura menos polémica, que Halimi.

La escena de seducción entre tres jóvenes que transcurre en la maravillosa sala Labrouste de la Biblioteca nacional de Francia, por su parte, resultaba más picante que chocando –al menos para el público de los países en los que la homosexualidad no es delito, que no son todos los que participan en los Juegos, pero tenía el interés de las referencias literarias a los libertinos del siglo dieciocho. El libertinaje ha quedado en la memoria popular a través de las adaptaciones cinematográficas de Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, que lo presentan simplemente como una serie de juegos sexuales amorales e ilícitos, pero este movimiento tenía un trasfondo filosófico que influyó en la Revolución Francesa (como mostraba la exposición Sade. La libertad o el mal que se pudo ver en el CCCB).

Los momentos más queer y frikis de la ceremonia no fueron, sin embargo, aquellos en los que intervenían drag queens o personas con cuerpos no normativos, sino quizás cócteles más sutiles de referencias a la cultura popular francesa. Por ejemplo, hacer cantar a Aya Nakamura –la intérprete francesa más escuchada internacionalmente– que “haría mejor elegir [...] la lengua de Molière”, palabras de una canción de Charles Aznavour, tan diferente de generación y de estilo, a la vez que tan francés y tan popular como ella, nacida en Saint-Denis, pero que algunos no consideran suficientemente francesa por el color de su piel y sus orígenes familiares; o desencarcarar a la guardia republicana para hacerla bailar al son de esta canción; o, también, que el himno popular revolucionario Con ira fuera interpretado por un grupo de heavy metal situado en los balcones de la Conciergerie, donde estuvo encarcelada Maria Antonieta, representada con la cabeza bajo el brazo.

Ha provocado la misma ira en las filas derechistas la presencia masiva de artistas con rasgos étnicos y colores de piel diversos, todos los que se pueden encontrar en una ciudad cosmopolita como París y en un país como Francia, que ha necesitado mano de obra extranjera desde hace mucho tiempo. Su mera presencia recuerda a los nostálgicos de un pasado exclusivamente blanco (que nunca ha existido en realidad) que la globalización y la hibridación de las poblaciones mundiales es un fenómeno que no se puede echar atrás. Es evidente que los derechos de las minorías pueden retroceder si la extrema derecha logra algún día gobernar en Francia, pero esa realidad ya no podrán cambiarla.

Por otra parte, la ceremonia inaugural fue también una publicidad nada encubierta de la industria del lujo y, concretamente, de un holding de grandes firmas que es el patrocinador principal de estos Juegos olímpicos y su propietario, el individuo más rico del mundo. El relato de la ceremonia también puede interpretarse, pues, en clave de la desigualdad económica más espectacular, entre la precariedad de las personas sin hogar expulsadas de la ciudad durante los Juegos por no deslucirlos y un lujo al alcance de una exigua minoría. Es decir, como un canto en el capitalismo ultraliberal. En este sentido, podríamos leer estas imágenes aparentemente innovadoras de la ceremonia como una mercantilización de legítimas reivindicaciones feministas, antirracistas, anti capacitistas y pro LGBTQI+, para blanquear a Francia y, por extensión, el norte global. Sin duda, la ceremonia no cambiará las desigualdades que reinan, sin embargo, en un marco político como el de los Juegos y en un registro tan delimitado como el de la ceremonia inaugural, ¿puede pensarse que habría sido preferible no visibilizar estos cuerpos no masculinos , ¿no blancos, no normativos, en nombre de una pureza revolucionaria?

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