En Pekín se respira mejor

Coches eléctricos de Tesla en una fábrica en Alemania.
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En 2000 trabajé en Pekín unos meses y desde entonces no había vuelto. Han pasado veinticuatro años y las diferencias entre el Pekín del 2000 y el del 2024 son inmensas.

Una de las grandes diferencias es la mejora en la calidad del aire que se respira en la ciudad. Tal y como recoge la Agencia de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente, UN Environment, durante años Pekín tuvo la ingrata distinción de ser una de las ciudades con mayor polución ambiental del mundo. Esto ha cambiado en pocos años. Concretamente, en los últimos 10 años los niveles de partículas contaminantes se han reducido en el entorno el 60% a pesar del fuerte desarrollo económico, ya que en este período el PIB se ha multiplicado por 10 y el número de vehículos por 3. Ninguna otra ciudad o región del planeta ha logrado tal hazaña, y esto no ha pasado por casualidad. Es un logro fruto de una ambiciosa visión política y de una amplia serie de actuaciones para conseguir, en palabras del presidente chino Xi Jinping, "impulsar a una civilización ecológica".

Una derivada de estas políticas es la elevada electrificación de la flota de vehículos que circulan por la ciudad. Una riada de coches y motocicletas eléctricas, que pueden identificarse por su matrícula verde, y que ya suponen más del 50% de las ventas de vehículos y un 30% del total de vehículos en circulación. Basta con entrar en cualquier concesionario en Pekín para ver cómo, aparte de las implicaciones en salud pública, la fuerte apuesta por la electrificación del transporte tiene un gigantesco impacto en el posicionamiento industrial y tecnológico a escala global. Es realmente asombroso ver el amplio abanico de coches eléctricos, con elevadas prestaciones, autonomía ya unos precios muy competitivos.

El sector de la automoción tiene una importancia singular para la economía europea y también para la catalana, por su dimensión y la generación de empleo, por ser un puntal de nuestro sector exterior y porque genera a su alrededor un entramado de relaciones intra-sectoriales como pocos sectores generan. De hecho, Cataluña dispone de todos los elementos de la cadena de valor de la industria de la automoción. Es decir, en Cataluña se puede fabricar un vehículo prácticamente desde cero, puesto que las 300 empresas catalanas del sector se sitúan en todos los puntos de la cadena de valor (un turismo se puede desglosar en 12 sistemas y unos 100 subsistemas de componentes ).

Por todo ello, debería ser una de las máximas prioridades de política económica apoyar al sector en su transformación hacia la movilidad eléctrica y desplegar tanto las infraestructuras necesarias como los incentivos para impulsar la demanda de estos vehículos. Afortunadamente, con la reindustrialización de la antigua planta de Nissan, hemos sido capaces de preservar e impulsar hacia el futuro uno de los principales activos industriales de los que dispone Cataluña y hace pocas semanas celebrábamos cómo salía el primer coche producido, de la marca Ebro, de estas históricas instalaciones.

También hace pocos días veíamos cómo la 33ª edición de la Marató de 3Cat se dedicaba a las enfermedades respiratorias y ponía el acento en factores ambientales, como la contaminación, que pueden causarlas. Pienso que hay que ser conscientes de cómo, hoy en día ya tenemos al alcance la tecnología para mejorar significativamente la calidad del aire de nuestras ciudades, pero nos falta encajar bien todas las piezas del rompecabezas. En 2023 el 82,4% de los vehículos matriculados en Noruega fueron 100% eléctricos, el 40% en Suecia, 19% en Alemania, 18% en Portugal o 17% en Francia. En Cataluña, sólo un 6%.

No podemos permitirnos situarnos tan atrás porque las implicaciones de ello, no sólo en términos de salud pública y de mitigación del cambio climático, sino también de competitividad económica e industrial, son mayúsculas.

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