¿Dónde pensáis ir de viaje?

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Tengo previsto viajar pronto a Londres y quizá a Venecia. Dos destinos clásicos que todos conocemos. Más adelante, si todo va bien, haré una escapada a Quebec: será la primera vez. ¿Dónde pensáis ir vosotros? El turismo está volviendo a Barcelona igual que los catalanes estamos volviendo a viajar al extranjero. Con la pandemia en horas bajas -esperemos que no vuelva-, las clases medias y altas empiezan a moverse arriba y abajo. El tráfico aéreo se está recuperando a marchas forzadas. La gente no renunciará a conocer mundo.

Como Londres y Venecia, como París y Nueva York, Barcelona se ha convertido en un must, un lugar donde hay que ir como mínimo una vez en la vida y donde muchos repiten. El coleccionismo de destinos turísticos es uno de los grandes hobbies de la humanidad postindustrial. No hay ningún síntoma de que queramos renunciar a ello. Seguro que más de una vez os han regañado por poner los dientes largos a alguien: “¿No has estado en Praga? ¡No puede ser!” La gente que tiene miedo a volar se toma una pastillita o coge el tren, el coche o un barco. Todo menos quedarse en casa. También practicamos las vacaciones de proximidad, solo faltaría. Pero una cosa no quita la otra. Lo queremos todo. Y a la vez queremos, claro, salvar el planeta del cambio climático, pero preferimos no entrar en detalles y en cualquier caso no privarnos de lo que consideramos nuestro derecho -incluso nuestro deber- de ir por el mundo, de conocer otras culturas, otras realidades, sea por placer, trabajo, familia o por todo un poco. Desde el viaje iniciático juvenil hasta la ruta pausada de los jubilados. El mundo es maravilloso y se ha hecho pequeño: lo tenemos todo al alcance.

Con todo esto quiero decir que Barcelona volverá a ser invadida por turistas muy pronto, para alegría de hoteleros y restauradores, de museos y programadores de espectáculos, y para desesperación de los vecinos de los barrios céntricos. Esta Semana Santa ya hemos tenido una cata. La cosa se acelera. “¡Vuelven los bárbaros!”, me alerta un amigo. Pero es que los bárbaros somos todos. ¿O cómo pensáis que nos ven los venecianos cuando llenamos a rebosar la plaza de San Marcos y los vaporettos?

¿Qué tenemos que hacer, entonces, en Barcelona? Podemos y tendremos que subir la tasa turística, podemos y tendremos que limitar los alquileres turísticos y hacer políticas de vivienda social, podemos y tenemos que potenciar un turismo cualitativo (cultural, científico, estudiantil, de negocios), pero en cualquier caso lo que no podremos es frustrar el deseo de millones de ciudadanos de todo el mundo de venir a Barcelona. La única solución sería tirarnos piedras a nuestro tejado y hacer la ciudad más insegura, más sucia, más contaminada, más caótica, más fea, más inculta, más incívica... No lo haremos, ¿verdad? Al contrario, seguiremos exigiendo que el urbanismo táctico pase a ser urbanismo clásico, que se note de una vez el nuevo servicio de limpieza, que se pongan más recursos para atender a los sintecho, que mejore la convivencia entre ciclistas, automovilistas y peatones...

El turismo comporta incomodidades y agravios para los barceloneses. El no turismo, además de ser imposible, ya hemos visto que nos empobrece. Cuando de golpe desapareció por la pandemia, primero nos sentimos aliviados y después empezamos a hacer números y a entrar en pánico. Una cosa es querer regularlo y no querer depender como única fuente de riqueza y otra muy diferente es no tenerlo. Como ciudad europea media cosmopolita, económicamente dinámica y culturalmente creadora, nos es indispensable un flujo continuo de visitantes. Desde su fundación romana, Barcelona siempre ha estado abierta al Mediterráneo y al mundo. Su situación estratégica, la fuerza del traspaís, la voluntad de progresar lo han hecho un lugar de paso de personas, ideas y novedades. Para darse cuenta, solo hay que leer al historiador Albert Garcia Espuche, artífice del salvamento de las ruinas del Borne. Su última obra es la novela El viatger ['El viajero'], basada en la estancia barcelonesa de Giovanni Gemelli, una especie de ilustre primer turista de 1708. Seguirán viniendo muchos más.

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