Rabia, impotencia, tristeza, indignación. Hay días, semanas, que los sentimientos que pesan más tienen que ver con lo que también nos pesa más socialmente. Si fuera solo por mí, ahora mismo tendría que sentirme muy feliz. Pero el dolor que hace el mundo me quita el sueño. Literalmente. Y querría encontrar respuestas en estos momentos desvelados que permitieran despertarme de nuevo. Despertarnos. ¡Despertémonos! Porque no puede ser que dos mujeres jóvenes sean asesinadas en Pakistán en lo que se denomina repulsivamente crimen de honor. ¿El honor de quién? ¿De qué siglo? Las mujeres no eligieron a los maridos con quienes estaban casadas (por tradición popular) y se querían divorciar de ellos. Vivían en Terrassa y todo parece indicar que viajaron engañadas a Pakistán, donde las asesinaron. Por osar elegir su destino. Por cometer por ellas mismas un error o un acierto. Nunca más ya no podrán decidir nada. No podrán existir. En la provincia del Punyab estos crímenes de honor no son una excepción. Aquí, asesinar a mujeres por el motivo que sea, tampoco lo es. El pasado domingo una mujer de 26 años era asesinada por su pareja en Montemayor (Córdoba). Da igual qué nombre ponemos a los crímenes. Son devastadores se llamen como se llamen. Ponemos nombre a las mujeres asesinadas que han tenido la desgracia de vivir en un mundo donde sus nombres no valen nada. Vivimos en un mundo que el 2022 volverá a dejar un rastro escalofriante de feminicidios. ¿Qué sentimientos se pueden tener cuando sabemos cómo se puede parar y que es absolutamente prioritario pararlo ahora mismo? En México, el sábado, dos sicarios mataron a la activista Cecilia Monzón, abogada que defendió hasta su último día los derechos de las mujeres víctimas de la violencia y de los abusos.
En el Estado, en las últimas tres semanas ha habido, como mínimo, cuatro violaciones en grupo. En uno de los casos, los acusados fueron aplaudidos por sus familiares y amigos cuando los dejaron en libertad. Un gesto significativo que explica la complicidad necesaria para que la violencia respire tranquila. Los datos del 2021 del ministerio del Interior indican que durante el año pasado se registraron seis violaciones al día. Una cada cuatro horas. No hay datos oficiales sobre las violaciones en grupo. Tenemos suficientes datos para reconocer que nos encontramos ante un problema gravísimo que se tiene que cortar de raíz. Pero pasa que todo va a la inversa y crecen como tumores malignos las opciones políticas que niegan la violencia machista. Esto quiere decir que todavía aumentará más la violencia contra las mujeres. En Afganistán los talibanes continúan con su voluntad de silenciarlas, de anularlas a todas. Ya lo hicieron antes y lo vuelven a hacer ahora. ¿Quién las acoge? ¿Quién hace un diario de guerra cada día para que sepamos como quema aquel infierno?
La violencia contra las mujeres es una pandemia mundial sin freno. Hace tiempo que hemos normalizado este régimen de terror que tenemos que sufrir las mujeres en todo el mundo. Hace tiempo que alertamos de esta masacre generalizada que nos convierte en víctimas solo por el hecho de ser mujeres, niñas. Hace días se hacía mofa sobre los dolores de la regla y hace siglos que somos botín de guerra. De todas las guerras. Las que llevan el nombre y las que no. La carencia cotidiana de respeto, el debate sobre nuestros cuerpos, el miedo, la ignorancia y la maldad eternizan este destino de hogueras. Somos, solo, recipientes útiles para perpetuar una especie tarada que en lugar de corregir sus pasos se jacta de repetir todos los errores irreparables. Rabia, impotencia, tristeza, indignación. Sí. Resignación, nunca.