Tractores cortando el tráfico en la A2 en Fondarella
12/02/2024
3 min

1. La revuelta del campesinado ha conseguido que un puñado de gente que come tres veces al día sin pensar demasiado de dónde salen las yemas, las patatas y el jamón de unos huevos estrellados se den cuenta de la asfixia de un sector que llamamos primario y que, en realidad, es imprescindible. Gracias a la vistosa y aseada reivindicación, todo el mundo ha podido enterarse de que los campesinos tienen un problema de precios estancados desde hace años y cerraduras, de costes de producción en constante aumento, de competencia desleal –europea y global– y, también, de excesivo papeleo. Me cojo en este último punto que, según cómo, puede parecer una protesta de chucherías. Pero una cosa es –dicen– trabajar y otra es perder el tiempo, y la paciencia, rellenando formularios e instancias y hojas y más hojas para cualquier trámite. No hace falta decir cómo se multiplican los quebraderos de cabeza si lo que deben pedir es una subvención, una ayuda o el boca a boca para garantizar una mínima subsistencia. Si ellos, que lo sufren, se quejan, seguro que tienen razón. Ahora bien, este mal es común a otros muchos gremios, y casi a toda la sociedad donde nos ha tocado vivir. Es una lacra silente, que se ha esparcido como una mancha de aceite, y como lo sufrimos individualmente, nadie sale a cortar calles de una forma organizada.

2. Cataluña, con la sequía, tiene una emergencia nacional. Es la gran prioridad de este invierno que nos tiene con el corazón en un puño y que ya nos afecta a todos, aunque intentamos hacer vida como si no fuera con nosotros. También tenemos un Pacto Nacional por la Lengua, igualmente necesario como país, que está a punto de salir del horno y que debe rescatarnos del callejón sin salida donde estamos. Pero no iría mal que, en algún escalón de la escalera de prioridades, hubiera la voluntad de facilitar la vida a la gente, ahorrándonos un montón de burocracia. Ningún trámite es fácil y todo tiende al límite del absurdo. Siempre falta un papel y, cuando crees que ya lo tienes, la firma debe ser electrónica y, cuando lo consigues, entonces la rúbrica debe ser manual y llevar el sello de la entidad bancaria. Y la talla de pantalón, que siempre acabamos bajando, más arriba o más abajo, para cumplir con los requisitos que nos piden. Tengamos el oficio que tengamos, estamos hasta lo más alto del papeleo, de la cita previa, del “vuelva usted mañana” y de tanta gestión que nos ahoga, nos desespera y quita las ganas de hacer cosas, incluso al más espabilado. Ya se entiende que en nombre de los controles y garantías para no engancharse los dedos, lo público y las instituciones –de todo tipo– quieran curarse en salud, pero si tanta mandanga colapsa al ciudadano, estamos haciendo un pan como unas hostias. La tan prometida “ventanilla única” es, tan sólo, un reclamo electoral. En el siglo XXI y con tanta tecnología al alcance, un Pacto Nacional de la Papelería debería ser posible, para hacernos la vida fácil y que cada uno pueda dedicarse a su trabajo sin morir en el intento.

3. La revuelta agraria ha dejado, también, un montón de fotografías y pancartas. Con dos guerras tan cerca, la corrua de tractores dando rodeo en Barcelona es, de momento, la imagen de este 2024 en nuestro país. En las pancartas, la mezcla de realidad y humor es la muestra de un talante propio que prefiere un punzada en un lema que repartir tortazos a la hora de cortar carreteras. Una pancarta decía: “Antes los burros labraban, ahora nos mandan”. Sí, y como mandan, porque los hemos votado, los campesinos se reunieron con el presidente Aragonés y con los grupos políticos del Parlament. Arañaron un montón de compromisos y de buenas palabras. ¿Se reunieron con todos los partidos? No. Una vez más, PP y VOX se autoexcluyen de la democracia. Ellos mismos son la propia línea roja. Sólo si mandan, aceptan las reglas del juego. En Catalunya, de momento, parecen muy lejos de este hito que, tan sólo pensarlo, hace estremecer.

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