Presiones arancelarias
Con la ruleta arancelaria de nuevo girando sobre la mesa del Despacho Oval, el mundo parece abocado al envenenado dilema de plantar cara o agachar la cabeza ante Donald Trump. Con la cuenta atrás del fin de la tregua de noventa días, la posible imposición de un régimen proteccionista inédito en décadas vuelve a acelerar el nivel de incertidumbre global. El domingo, solo unas horas antes del inicio de la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, Trump amenazaba con un arancel adicional del 10% a cualquier país que "se alinee con las políticas antiestadounidenses" del gran bloque geopolítico del Sur Global.
Y este lunes el dardo se dirigía hacia Japón y Corea del Sur. El presidente de Estados Unidos comunicaba por carta a los gobiernos de Tokio y Seúl la imposición de unos aranceles del 25% a partir del 1 de agosto a todos los bienes que se importen de estos dos países asiáticos. Por su parte, desde Brasil, los BRICS no solo contenían la respiración a la espera de los próximos anuncios de Washington, sino que también acusaban de proteccionismo "discriminatorio" a la Unión Europea porque "bajo el pretexto de preocupaciones medioambientales", como el mecanismo de ajuste de carbono en frontera o las medidas para limitar la importación de productos básicos que impulsan la desforestación en terceros países, también frena la entrada de las exportaciones del Sur Global.
El nerviosismo se ha instalado también en Bruselas, en plena negociación con Washington, y con el convencimiento interno de que si Trump quiere vender una victoria arancelaria a su opinión pública, la UE tiene muchos números de ser la pieza débil a sacrificar.
Aunque el presidente francés, Emmanuel Macron, sea partidario del enfrentamiento y que su ministro de Economía clame contra el "mundo de los depredadores" que han decidido hacer saltar por los aires las normas y los equilibrios vigentes, la mayoría de países comunitarios, empezando por Alemania e Italia, prefieren evitar la guerra comercial a cualquier precio.
Además, al espectáculo de división europea se suma esta semana una moción de censura contra la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, impulsada por la extrema derecha. El motivo es el escándalo llamado Pfizergate, que estalló en abril del 2021 y tiene que ver con la negativa de la presidenta de la Comisión a revelar los mensajes privados que intercambió con el jefe de la farmacéutica Pfizer durante la negociación de la multimillonaria compra de vacunas en plena pandemia de covid-19.
La moción, que se votará el jueves, no prosperará, pero habrá servido para retratar, aún más, el momento institucional de la Unión Europea y sus contradicciones.
"Es irónico –decía un funcionario europeo– que Von der Leyen acabe deslegitimada por la actuación de la Comisión en un momento de emergencia que, desde Bruselas, se vivió como un paso adelante en la protección de los europeos. También es irónico que el ataque venga de la extrema derecha cuando en las últimas semanas los aliados de Von der Leyen -desde los Liberales hasta los socialdemócratas y los Verdes– están abiertamente indignados por el desplazamiento hacia la derecha del Partido Popular Europeo y le reprochan sus alianzas en materia migratoria con el ala más radical de la Eurocámara". "Si alimentas a la bestia, llegará el día en que la bestia se te comerá a ti", le decía ayer el portavoz de los Verdes a Von der Leyen durante la sesión de debate de una moción condenada al fracaso porque la mayoría de la cámara no quiere suscribir el texto de la extrema derecha, no porque la presidenta del ejecutivo comunitario salga reforzada.
Todo ello es una escenificación más de las flaquezas de este segundo mandato de Von der Leyen, con una Comisión políticamente más débil, unas mayorías parlamentarias aún más frágiles y una agenda legislativa cada vez más a merced de la derecha radical. Pero también es consecuencia del propio ejercicio del poder de Von der Leyen, que ya fue declarada culpable por el Tribunal General de la Unión Europea de infringir las normas de transparencia en el escándalo del Pfizergate.
En este panorama, la Comisión lo tiene complicado para liderar una negociación perdida de entrada ante un Donald Trump que ha sabido agrandar las líneas divisorias que tensan a la UE. Entre los embajadores de los Veintisiete se respira cierta decepción. El economista Paul Krugman escribía a finales de mayo que "Europa tiene que superar su impotencia aprendida y actuar como la gran potencia que es" frente a unos argumentos que tienen más de "engaño contable" que de desequilibrio real. Pero no es la fortaleza de la UE como actor económico lo que determina su posición negociadora, sino la conciencia de su debilidad de seguridad. Y, por ahora, los europeos se encaminan hacia una agenda negociada de concesiones.