La crisis climática no amenaza la vida en la Tierra. Afecta a la biodiversidad, y lo hará cada vez más. Pero la vida continuará, algunas especies desaparecerán, otras mutarán y la selección natural favorecerá a las que se adapten mejor. El calentamiento global nos amenaza a nosotros. Los Homo sapiens, que hemos puesto en marcha este proceso y nos hemos acostumbrado a adaptar el mundo a nosotros en lugar de hacerlo al revés, podemos acabar entre las especies más perjudicadas. Algunas poblaciones ya notan las consecuencias. Por eso el esfuerzo por mitigar la emergencia climática no se tendría que mirar como una cuestión de altruismo, sino de pura supervivencia colectiva. Tendría que ser un objetivo común de toda la especie. Y por eso, también, la COP26 no tenía que ser una cumbre más.
A pesar de la perspectiva de “fracaso colosal”, en palabras de Boris Johnson, se ha llegado a un acuerdo de mínimos. El texto se ha mirado con lupa y hay delegaciones que han sido capaces de poner una coma en cuestión. Hay muchos puntos que lo hacían difícil, pero el debate de fondo es el mismo de siempre: el económico. Los países que nos hemos beneficiado durante más tiempo de un desarrollo basado en los combustibles fósiles no podemos pretender frenar, sin compensarles, a los territorios de donde precisamente hemos extraído recursos. La desigualdad, el expolio que nos ha permitido llegar a la situación privilegiada en la que vivimos en algunas zonas concretas del planeta, está detrás de esta disputa.
También están en juego otras cuestiones clave, por ejemplo, cómo se tiene que hacer la transición de países como India y China. Porque todavía hay países que dependen económicamente de combustibles altamente contaminantes como el carbón, el petróleo y el gas. Y no se trata sólo de países emergentes. Este es el caso, por ejemplo, de Australia y Arabia Saudí, que han puesto trabas para conseguir un texto más atrevido a la hora de marcar el camino para dejar de utilizar los combustibles fósiles.
Sea como fuere, la COP26 ha puesto en evidencia sus propias limitaciones. Los expertos se encargarán de recalcar que el texto ha quedado corto, que difícilmente servirá para evitar un calentamiento de más de 1,5 grados al final de este siglo. Habrá sido el acuerdo posible, que es mejor que ninguno –y, por lo tanto, es valioso–, pero no es suficiente: es un punto de partida. Tenemos un problema global y con la Conferencia de las Naciones Unidas no lo solucionaremos ni, todo apunta, lo podremos mitigar de manera suficientemente significativa. Hará falta más acción y la primera responsabilidad recaerá en los países que hemos contribuido durante más años a esta crisis, con las emisiones que hemos generado en nuestro propio territorio y las que hemos generado a través de la globalización. Con pactos no será suficiente, también hará falta valentía unilateral y capacidad de inventiva.