Putin, Trump y un mundo desatado

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Trump y Putin acuerdan una cumbre en Helsinki

Amenazas. La abrumadora victoria de Vladimir Putin es, sobre todo, un mensaje interno. Con la oposición al exilio, encarcelada o asesinada, el líder del Kremlin se siente fortalecido por los resultados de unas elecciones farsa que le ofrecen otros seis años de perpetuación en el poder. La organización de observación electoral, Golos [Voz], un grupo independiente ruso que en 2013 fue acusado de “agente extranjero” por el Kremlin y tiene uno de sus líderes encarcelado, pendiente de juicio, asegura que estas elecciones han estado "las presidenciales más corruptas de la historia del país". Es el resultado de una represión ejercida desde la arrogancia y la impunidad.

Putin se ha apuntado un apoyo electoral masivo y, desde esa certeza –o, como mínimo, desde la certeza de haber podido orquestar con éxito una victoria sin precedentes–, se atreve con apuestas cada vez más contundentes: desde el anuncio de despliegue de tropas en la frontera con Finlandia hasta el recurrente uso de la amenaza nuclear.

Putin vive del ejercicio del miedo. Interna y externa. Basta con hablar con jóvenes de las repúblicas bálticas en los últimos meses para ver hasta qué punto han interiorizado el miedo a Rusia. Para ellos, la amenaza de un intento de agresión es real. Verosímil. Y, sin apenas darnos cuenta, acabamos asumiendo discursos de guerra que inoculan el miedo, uno de los motores de la política de nuestros tiempos.

Despropósitos. Vivimos inmersos en una retórica desafiante. La incitación a la violencia de un Donald Trump en campaña o la xenofobia de sus declaraciones sobre los inmigrantes son cada vez más subidas de tono. El ritmo de despropósitos del expresidente estadounidense es tan acelerado que sus titulares ya no impactan en la agenda periodística con la misma omnipresencia del 2016 cuando los medios de comunicación se vieron arrastrados por la estrategia mediática del entonces asesor de Trump, Steve Bannon, que consistía, literalmente, en “inundar la zona de mierda”. Sin embargo, Trump ha conseguido que hayamos terminado normalizando los despropósitos.

Consumimos amenazas de bombardeos ilegales y discursos de odio como parte de una dieta informativa intoxicada, y como reflejo de una política internacional construida desde la confrontación. De las guerras retóricas a las agresiones que transgreden la legalidad internacional. De las invocaciones a la violencia de Trump a la utilización del hambre de la población civil como arma de guerra en Gaza.

Peligros. La frontera entre la democracia y el autoritarismo es la frontera menos protegida del mundo hoy en día. La frase no es mía, es de una persona a la que le admiro su capacidad de describir en palabras las contradicciones y las tensiones aceleradas de este mundo de rivalidades. Un mundo donde el trumpismo ha logrado ir más allá del personaje esperpéntico, ofensivo y autoritario que le ha dado nombre. Un mundo con líderes autocráticos, que representan el desafío retórico y normativo de la institucionalidad que había guiado al orden internacional de las últimas décadas.

No son “hombres fuertes”, como les llamamos durante los años de esta epidemia generalizada de liderazgos abrazados a las derivas autoritarias, la retórica divisiva y la persecución de la contestación. Son gobernantes peligrosos.

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