El presidente del TSJC ha criticado el proyecto de ley de amnistía porque "privilegia sólo unos pocos" y, por tanto, "nunca podrá ser esgrimida como un elemento de pacificación, sino de discordia".
Si ya es sorprendente oír a un magistrado cargándose una futura ley, aún hace peor efecto que lo manifieste ante los jueces recién salidos de la Escuela que se quedan destinados en Catalunya, o sea, marcando la línea de pensamiento entre lo que está bien y lo que está mal ante los recién incorporados jóvenes colegas.
La cúpula judicial sigue instalada en el cuerpo a cuerpo político con el gobierno español, pese a la llamada del presidente interino del CGPJ, que ahora hace un mes pronunciaba un sonoro "que nos dejen en paz". ¿En qué quedamos? No puede estar a la vez dentro y fuera del debate.
Al magistrado no le gusta la amnistía porque cree que es un privilegio para unos pocos. Puestos a hacer comentarios en público, estaría bien que supiéramos si también calificaría de privilegio el hecho de que un juez, cuando se da cuenta de que el Congreso puede acabar aprobando una amnistía, emita a toda prisa el primer acto en cuatro años de investigación secreta y que sea por imputar por terrorismo (un terrorismo que no ha visto ni la Guardia Civil en su informe) a un responsable político, en una clara maniobra para impedirle ser amnistiado.
Y también podríamos preguntarnos si ve terrorismo en el ejercicio del derecho a la protesta, cuando fue protagonizada por cientos de miles de personas después de la sentencia. Precisamente a todos aquellos manifestantes, a buena parte de los dos millones largos de catalanes que fueron a votar el 1 de Octubre, ya otros muchos que están hartos de la judicialización de la política, lo que les parece motivo de discordia es ver jueces siguiendo la consigna de Aznar: "lo que pueda hacer, que haga".