De Rato a la lucha contra la amnistía

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Rodrigo Rato llega a declarar.

Hablábamos hace unos días del juicio contra Eduardo Zaplana por un caso de corrupción. Zaplana, decíamos, fue una pieza relevante dentro del aznarismo, pero mucho más relevante fue todavía Rodrigo Rato, contra quien la casualidad ha querido que se abriera juicio estos mismos días. Después de haber sido juzgado por el escándalo de las tarjetas black (por el que acudió a la cárcel) y por la salida a bolsa de Bankia (que fue catastrófica para muchos clientes de la entidad, pero de la que Rato salió absuelto), ahora es juzgado por haberse enriquecido ·legalmente durante sus años como vicepresidente económico del gobierno de España y como presidente del Fondo Monetario Internacional, cargo al que fue promovido por el propio gobierno de Aznar con la máxima pompa de elogios y ditirambas. Según sus aduladores, Rato era un genio de la economía y las finanzas. Luego hay otras opiniones sobre el personaje, que David Fernández resumió bien cuando le dijo gángster, mirándole a los ojos y mostrándole una sandalia. Fue en una comisión de investigación sobre cajas en el Parlament de Catalunya. En fin, que Rato es más importante que Zaplana se ve en el número de delitos de los que se le acusa (once delitos fiscales, además de otros como blanqueo de capitales o corrupción entre particulares, frente a los seis que pesan contra Zaplana) , y también en los años de prisión que pide la Fiscalía para cada uno: diecinueve para Zaplana, más de setenta para Rato. Hay clases en todo.

Estos individuos formaron parte de las entretelas del poder y del Partido Popular, y tuvieron que cometer sus (presuntos, presuntos) mangarrufas con la colaboración, o al menos con la aquiescencia, de cierta gente en la cúpula el partido, entre ellos el propio Aznar y el célebre M. Rajoy. Nunca se ha hecho limpio, en el PP, del feo y abultado bagaje de corrupción amasado durante los mandatos de estos dirigentes, y lo único que sugirió la medida cosmética de al menos dejar de habitar una sede central (la también famosa de la calle Génova de Madrid) pagada en B, Pablo Casado, saltó de repente por los aires, junto con su equipo de confianza. Una de su generación, Isabel Díaz Ayuso, se consolidó al mismo tiempo como mujer fuerte del partido, aunque ahora también empiezan a aparecerle escándalos de mascarillas y hospitales ilegales, de ancianos dejados morir en plena pandemia de la peor forma, o de vivir en un apartamento de procedencia dudosa. Mientras, al frente del partido le pusieron uno que tuvo que abandonar a toda prisa la presidencia de la Xunta de Galicia, cargo con el que frecuentó las compañías del narco.

Este partido ahora se ha hecho fuerte en el Senado, donde tiene mayoría, para forzar un torcebrazo con el que llama el sanchismo a cuenta de la ley de amnistía. La unidad de España, que dicen defender, apenas llega a ser la pantalla tras la que opera una organización multired (actualmente exasperada por quedar fuera de la Moncloa), que se dedica al lucro de sus dirigentes, por todos los medios al alcance.

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