La regla y la alimentación procesada

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Alumnos de primero y segundo de ESO hacen educación física al patio de una escuela.

El doctor apunta, asombrado, los resultados del estudio. Por alguna razón, quizás la alimentación, las chicas tienen reglas muy abundantes, dolorosas, incapacitantes y –esto es muy sorprendente– mucho más seguidas que sus madres. Claro que son chicas de entre doce y dieciséis años y sus cuerpos se están formando, ¿pero eso? Esto es mucho más que "ciclos erráticos".

Llama a la ginecóloga amiga suya, se lo cuenta. “Estoy haciendo un estudio y las chicas tienen la regla mucho más de lo que sería –y perdón por la palabra, no te ofendas– normal”. La ginecóloga le pide los datos. ¿Qué significa que tienen la regla mucho más de lo normal? Entonces él contesta, abrumado, rascándose el caparazón mientras mira y remira las hojas de conclusiones. “La mayoría de chicas tienen la regla todo el mes. No paran de tener la regla. Regla dolorosa, además. Las incapacita. ¿Es normal? Normal no lo es...”, hace. Y tosa, superado.

“¿Tienes hijas?”, le pregunta la ginecóloga. "Sí, una, y le pasa lo mismo", responde él. Y ella adivina: “Cuando le vino la regla, todo iba bien, ¿no? Pero he aquí que, al poco tiempo, la chica empezó a tener reglas no sólo dolorosas sino constantes”. El estudioso da un golpe en la mesa, medio emocionado, medio asustado. “Sí, ¿no? ¿Y esto qué es? ¿Hormonas del pollo? ¿Detergentes? ¿La ropa demasiado estrecha? ¿El cambio climático? ¿Qué ocurre? Porque es muy grave...”

La ginecóloga le dice que sí, que sí, que eso es algo que les ocurre a las adolescentes, pero que después se regulan. Sí, sí. Tienen reglas constantes, no debe sufrir. Y cuando cuelga, sonríe. Hay un secreto que no desvelará, claro, que pasa de madres a hijas, de amiga en amiga. Ella misma, de joven, tuvo la regla siempre. Fue una regla constante, larga como un año, una regla que era una cinta métrica, la salvación por no hacer nunca piscina ni educación física.

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