Hace casi 45 años, el 15 de junio del 1977, los electores españoles tuvieron que decidir en las urnas qué querían hacer con su pasado reciente. No, no me he equivocado: esto del "pasado" no es ningún error. En aquel preciso contexto, inquirir por el futuro era una quimera en la medida que, con la excepción de las constantes vitales del general Franco, todo seguía igual. Existían varias posibilidades: desde asumir con entusiasmo el legado de la dictadura hasta intentar borrarla con una ruptura clara e inequívoca, pasando por la opción de metabolizarla a golpe de amnesia, gestualidades ambivalentes y símbolos barnizados. Con diferentes fraseologías, tonalidades ideológicas y maneras de ejercer el liderazgo, esta fue justamente la opción ganadora: los dos primeros partidos, UCD (6.310.391 votos) y PSOE (5.371.866 votos), obtuvieron en conjunto el 63,76% de los votos escrutados. El franquismo explícito de Alianza Nacional del 18 de Julio, que era la fuerza ultraderechista que obtuvo más votos (67.336), Reforma Social Española, las dos facciones de Falange, Fuerza Nueva, etc. recogieron muy poca cosa. En medio de todo esto estaba Alianza Popular. No era un partido de la extrema derecha tronada pero tampoco comulgaba, evidentemente, con la opción amnésica de UCD o del PSOE. Los votantes los identificaban con el franquismo "bueno", es decir, con una idealización de la dictadura basada en identificar la formación de una clase media extensa que antes no existía con las políticas económicas de la década de 1960. Resulta, sin embargo, que dentro de aquella Alianza Popular estaba desde la democracia cristiana blandita de López Rodó hasta la derecha pura y dura de Fernández de la Mora. Obtuvieron 1.504.771 votos, el 8,21% del total, 200.000 votos menos que el Partido Comunista de España.
La presencia de Vox en la política española ahora ya es clara, indiscutible. Lo acabamos de ver en las elecciones de Castilla y León. Esto no significa, sin embargo, que Vox tenga hoy la más mínima posibilidad de lograr la presidencia del gobierno español ni nada que se le asemeje. Cuanto menos, ninguna prospección demoscópica seria apunta en esta dirección, ni a corto ni a medio plazo. Esto quiere decir simplemente que su destino o está ligado al del PP o será ejercer una forma u otra de oposición, cosa que a la larga acaba desgastando mucho. "La irrupción de Vox, el único ganador claro de los comicios, viene a recordarle a Casado una obviedad: el PP lo tendrá muy difícil para llegar a la Moncloa sin estos socios tan incómodos", decía hace poco David Miró en este mismo diario. Ciertamente parece una obviedad; si lo observamos más de cerca, no obstante, el asunto adquiere otros matices. Resulta más o menos claro que los votos a Vox de estas elecciones autonómicas provienen en su mayor parte de votantes de Ciudadanos. Si retrocedemos todavía algo más en el tiempo, estos votos pertenecían antes al PP o al PSOE, no a una extrema derecha que entonces todavía era extraparlamentària. ¿Quién son, pues, toda esta gente? En la medida en que Pablo Casado, por ejemplo, hace constantes referencias históricas a la España sin complejos o expresiones análogas, la pregunta obliga a volver al día 15 de junio de 1977. Lo que se acabó decidiendo en aquel momento era el grado de rubor que estos complejos tenían que suscitar en las generaciones futuras. Aznar todavía consideró conveniente referirse públicamente al "movimiento nacional de liberación vasco" o afirmar que hablaba catalán en la intimidad. En esta misma escala de expresión pública del acomplejamiento, Casado está situado en el cero absoluto. Es justamente esto lo que hace que su partido se acerque cada vez más a aquella Alianza Popular de finales de los años setenta donde el papel malhumorado de Gonzalo Fernández de la Mora ahora lo harán los de Vox, y el rol de corderito moderado de López Rodó lo interpretará, entre otros, Núñez Feijóo.
Visto desde esta perspectiva, los 45 años de viaje ideológico del PP no han servido de gran cosa. Vuelven a estar situados en la casilla de salida, con figuras políticas emergentes como Isabel Díaz Ayuso que recuerdan a los personajes más extravagantes y dispuestos a hacer el ridículo de la Transición. Ahora bien, esta inesperada refundación de la vieja Alianza Popular basada en un pacto más o menos estable entre el PP y Vox tiene un precio, evidentemente. Alianza Popular nunca fue percibida por el electorado como el centro político. Nunca. Es altamente improbable que un artefacto de este tipo, donde está Ortega Smith de por medio, por ejemplo, llegue a ocupar ahora en el imaginario colectivo el preciado espacio de la centralidad.