

Los inmigrantes suman es el título de un artículo que publiqué en el ARA (11/1/25) con ánimo de polémica. Le han seguido artículos de Miquel Puig, Blanca Garcés y Najat El Hachmi. Los recomiendo. Motivan los siguientes comentarios:
1. Las oleadas migratorias han hecho la Catalunya de hoy –yo mismo vengo de un injerto valenciano– y todo apunta a que harán la de mañana. Han sido tan fuertes que, pese a haber más defunciones que nacimientos, la población no para de aumentar. En sí misma esta realidad no me desasosiega. A diferencia de Puig, para mí la población de la Catalunya ideal no es la del País Vasco. De hecho, no me molestaría que tuviéramos su densidad de población –unos 300 habitantes por km2– y llegáramos a los nueve millones de habitantes. En el País Vasco, ser pequeño ha facilitado un trato fiscal muy favorable, pero ha habido otros factores. Para Catalunya es más probable que sea la dimensión la que, por una parte, induzca una mejor sintonía del Estado con las ambiciones económicas y políticas de Catalunya y, por otra, ayude a ganar visibilidad y peso en Europa.
2.Soy dogmático en lo siguiente: al inmigrante que llega a Catalunya hay que acogerlo con un vigoroso espíritu de integración en nuestra sociedad. Porque es la cosa decente a hacer y porque a aquellos a los que nos importa la preservación de los rasgos culturales catalanes debemos tener presente que los descendientes de los que llegan hoy tendrán mucho que decir en el futuro y su actitud hacia la catalanidad estará influida por lo acogedores que hayamos sido hacia sus padres o abuelos.
3. La economía es el principal factor de atracción de inmigrantes, no la política de acogida. Pero esta tiene que existir y tiene que ser particularmente cuidadosa en lo que se refiere a la vivienda y a la educación.
4. Me reafirmo en que el cálculo del valor añadido que provee un inmigrante no puede identificarse con el cálculo fiscal de su contribución neta –positiva o negativa– a hacienda a lo largo de su vida. El valor económico adicional que hace posible también cuenta en positivo. Cierto que, como señalan Puig y Garcés, puede haber consecuencias distributivas no deseables. Pero si se crea suficiente valor, estas pueden tratarse vía impuestos y subvenciones. Hace falta un poco de imaginación y de voluntad. Nada impide, por ejemplo, que las cotizaciones sociales de los contratos de cuidados dependan de la renta del receptor del servicio. El cálculo fiscal adecuado no es el que se basa en las reglas fiscales del presente sino en si se podrían establecer reglas fiscales que compensen a quienes no ganan.
5. Una actividad económica que genere sueldos no demasiado por encima del salario mínimo solo podrá atraer a trabajadores no muy cualificados. Y en muchos casos esto comportará atraer a inmigrantes. Ahora bien: la línea de fuerza de la política industrial, la que debe obsedirnos, tiene que ser la de estimular una actividad u otra no por razón de la inmigración que genera sino por razón de la productividad que la actividad incorpora. Tanto el volumen de empleo –y de inmigración– que resulte como la composición por calificaciones de este empleo serían consecuencias, no objetivos (es seguro, dicho sea de paso, que tendremos inmigrantes en todos los niveles de calificación). A mí esta observación me dice que ciertamente es necesario mejorar la productividad de la industria turística de Salou o Lloret, pero que sería absurdo plantearse reconvertir Salou o Lloret en ciudades no turísticas. Nos distraería.
6. El Hachmi me reprocha mi papel como responsable de la hacienda catalana durante la crisis del 2008. Sospecha que hubo una política deliberada de incentivar la salida de catalanes de origen inmigrante. Hago constar que la severidad fiscal nos vino impuesta desde el exterior y que los mínimos márgenes que nos restaban los utilizamos para preservar las instituciones básicas del estado del bienestar y permitir así su plena reactivación al final de la crisis. No afirmo que no se podía hacer mejor, pero seguro que se podía hacer peor. En cuanto a los incentivos a emigrar, lo fueron por las circunstancias económicas (como sigue siendo el caso): por suerte había más oportunidades en otros países. Los movimientos afectaron a todos los sectores sociales. Como El Hachmi, también yo tengo a un familiar muy cercano que durante la crisis emigró lejos y sin regreso. Debo decir que celebro que El Hachmi no emigrara porque para mí, que soy lector fiel y admirador de sus artículos, ella es una demostración espectacular de que los inmigrantes suman.