¿El fin del romanticismo en el fútbol?

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Eric García controlando la pelota en el partido entre el Manchester City y el Fulham. El jugador catalán puede volver al Barça en verano.

El mundo del fútbol ha vivido este lunes un terremoto como hacía muchos años que no se veía con el anuncio por parte de doce clubes europeos de la creación de una Superliga europea que sustituiría la actual Champions League y que estaría controlada por los clubes y no por las federaciones. En este selecto club habría seis equipos de la Premier League inglesa (Manchester United, Manchester City, Arsenal, Chelsea, Tottenham y Liverpool), tres de la liga española (Barça, Real Madrid y Atlético de Madrid) y tres de la italiana (Juventus, Milan e Inter). Estos equipos aspiran a conseguir que tres más se sumen a la propuesta (el Bayern Múnich, el Borussia Dortmund y el PSG), hasta formar una matriz de 15 clubes fundadores que serían los propietarios de la competición y no podrían ser expulsados (si no es por motivos económicos). La Superliga se jugaría entre en estos 15 equipos más 5 equipos más que subirían cada año desde las respectivas ligas, donde en teoría los grandes continuarían jugando.

La propuesta tiene ventajas e inconvenientes y ha provocado una guerra abierta dentro del mundo del fútbol. Por un lado están los que defienden el cambio para poner fin al poder opaco de las federaciones estatales y llevar el fútbol a una nueva dimensión de competición y mercadotecnia. Y de la otra están los que defienden que esta iniciativa supone la desaparición de cualquier brizna de romanticismo en el fútbol y su definitiva mercantilización, la devaluación de las competiciones domésticas y el fin de un sistema donde, al menos sobre el papel, todos los equipos partían de cero. Lo cierto es, sin embargo, que, a pesar de que el objetivo de los clubes promotores es aumentar sus ingresos, la propuesta merece un estudio en profundidad para aprovechar sus potencialidades sin perder la esencia del fútbol.

Entre las potencialidades, más allá del factor económico para los clubes implicados, hay tres importantes: supone tomar poder a una organización tan opaca y casposa como la Federación Española de Fútbol, que durante décadas fue un feudo personal de Ángel María Villar, y también a la Liga de Fútbol Profesional, dirigida por un personaje oscuro como Javier Tebas. En segundo lugar, la Superliga representa un paso más en la integración europea, en la creación de una identidad futbolística que trascienda las fronteras estatales. Y en tercer lugar, asegura que los aficionados puedan ver más a menudo jugar a los mejores jugadores y clubes.

Ahora bien, el peligro de crear una aristocracia futbolística solo con parámetros económicos, puesto que el Manchester City, por ejemplo, no ha ganado nunca ninguna Champions y en cambio equipos como el Oporto o el Ajax sí que lo han hecho pero de entrada no formarán parte, es adulterar la competición de inicio, puesto que estos 15 estarían por siempre jamás más en ventaja respecto al resto. Habría que ver también qué dicen los aficionados, que son el alma del fútbol. Y finalmente hay que vigilar que la nueva dinámica no acabe afectando la propiedad de clubes como el Barça, que todavía pertenece a sus socios.

En definitiva, es una revolución que quizás ha venido para quedarse pero que todavía tiene que resolver muchas de las dudas que suscita.

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