Rusia y Occidente: historia de un recelo

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Tancs rusos, el 22 de febrero a Rostov.

En su discurso a pocas horas de empezar a invadir Ucrania, Putin argumentó que su ataque se libra contra Occidente en su conjunto y acusó al mundo occidental de querer utilizar Ucrania como trampolín para invadir y destruir Rusia. La existencia de un enemigo exterior, identificado como Occidente por gran parte de regímenes despóticos rusos a lo largo de la historia, ha posibilitado, asimismo, que sus autócratas perduraran. Del zarismo al comunismo y el actual siglo XXI, han cambiado sistemas políticos y económicos, pero el discurso antioccidental ha marcado el poder político ruso, con raras excepciones. Y la política occidental, por otro lado -en el momento actual identificada con lo que viene desde Washington y el mando de la OTAN- tampoco ha hecho nada para que este discurso no se sustentara; al contrario. Ni Europa occidental, lamentablemente, ha reaccionado unida ante la actual crisis. ¿Quién comprende y se preocupa realmente por la población que vive en Ucrania, Rusia o Bielorrusia, que comparte, en su enorme mayoría, la voluntad de vivir una vida normal? Sin de que sus vidas, y las de sus hijos y nietos dependiera de un político o de una bandera. En Occidente esto no siempre se entiende. Incluso los que han leído a Tolstói o a Grossman, prefieren tranquilizar sus conciencias pensando que aquello es otro mundo, donde todo es, de algún modo diferente e incomprensible. Es de ahí que el discurso sobre la "vileza del imperio del mal", como Putin define al mundo occidental, aún hoy se usa como el as de la manga cuando se trata de justificar incluso la o las guerras.

Desde que en el siglo IX se creó el primer estado de la Rus, en el que las tribus de los eslavos orientales -los rusos, los ucranianos y los bielorusos actuales- vivían unidos, se articuló el recelo hacía Occidente. Cuando un siglo más tarde adoptaron el cristianismo oriental ortodoxo de Bizancio, el distanciamiento creció, a la vez que este factor religioso ha sido de gran importancia para la unión de estos eslavos. De hecho, el gran príncipe Vladímir, que ordenó a la población de Kiev entrar el río Dniéper para que se bautizaran (988), protagoniza tanto el pasado histórico ruso, como el ucraniano. Junto con la cristianización y las influencias culturales y políticas, la Rus de Kiev heredó de Bizancio su recelo respecto a todo lo que proviniera del Occidente latino.

Los ataques mongoles a la Rus, que se prolongaron entre los siglos XIII y XV, agudizaron la separación política y cultural entre la Europa latina y los eslavos orientales ortodoxos. Europa occidental empezó a interesarse más por los imperios orientales de China o de Mongolia que por la gran Rus. Moscovia, que poco a poco se convertirá en el centro de toda Rusia, se preocupaba más por las cuestiones geopolíticas de la estepa asiática que por el Occidente católico.

Pero cuando Iván III e Iván IV (el Terrible) ejercieron el poder (siglos XV-XVI) en Moscovia, establecieron una política que se convertirá ya en tradicionalmente rusa hasta los tiempos actuales: el centralismo del poder (en Moscú como el ombligo de toda Rus), la ruptura con Occidente y la actitud mesiánica que se autoatribuye el que gobierne Rusia. En su afán de ser el príncipe de todas las tierras rusas, Iván III conquistó Nóvgorod (1478), que durante siglos había disfrutado de una independencia efectiva y tenía más habitantes que Moscú. Además, el ataque de Moscovia a Nóvgorod también fue el primer conflicto abierto entre dos Rusias: una, dirigida hacia Oriente y encerrada en sí misma, y otra, abierta hacia el mundo exterior y hacia Occidente. Una división interna que ha permanecido a lo largo de los siglos, atravesando la historia rusa hasta la actualidad. Si aparecía algún gobernador que deseaba "abrir las ventanas hacia Occidente", como Pedro I (que con esta ambición hasta construyó una nueva capital, San Petersburgo), los siguientes las cerraban.

Y Occidente, por su parte, nunca ha sabido dialogar con Rusia. No se sabe si por la incomprensión o por temor de su poder, siempre expansionista. La cuestión de Oriente del siglo XIX o la Guerra Fría del XX solo son momentos álgidos de una historia marcada por una eterna querella entre el mundo ruso y el mundo occidental.

No obstante, lo que ha marcado una importante diferencia entre los rusos y los ucranianos especialmente en las últimas décadas es justo su relación con Occidente: mientras que en Rusia permanece en gran parte el recelo, Ucrania desea integrarse plenamente en Europa, según demostró un referéndum reciente. Y esto es interpretado como la peor de las traiciones desde una política teocrática y nacionalista como la que gobierna Rusia.

Tamara Djermanovic es profesora en la Facultad de Humanidades de la UPF
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