Sánchez, discípulo de Cela
Pedro Sánchez sabe (porque lo ha vivido) que la opinión pública es tan agresiva como pusilánime: puede levantar estrépito y polvareda, pero se arruga y cambia de dirección ante quien no se deja agobiar por el revuelo. Ocurre con los perros: los que embisten, se detienen ante quien no da señas de asustarse. No se trata de no tener miedo, sino de dominarlo. El control de las emociones, unido a una inteligencia táctica que le permite hacer buenas lecturas prácticas de la realidad a su alrededor, ha sido la clave de la carrera política del presidente español, y por eso no figura en ese Manual de resistencia, que siempre se cita cuando se habla de su aparente capacidad de sobrevivir a la adversidad. El libro era solo un producto de marketing del PSOE, pero cumplió su función: nadie lo ha leído nunca, pero todo el mundo lo cita como si sirviera para entender algo.
Es evidente que Sánchez atraviesa las horas más bajas de su trayectoria, junto a la época en la que fue expulsado de la secretaría general del partido en una extraña revuelta de barones con manifestación incluida frente a la sede de Ferraz. Pero hay una diferencia determinante: entonces Sánchez no tenía el poder, y ahora sí lo tiene. Desconozco si Sánchez ha leído a Camilo José Cela, un buen escritor y un personaje indigno que hizo famosa una divisa: "Quien resiste, gana". Las medidas anticorrupción que anunció, y que podéis leer en la crónica de este diario, son una forma de ganar tiempo.
Pese a ser gallego como Cela, Feijóo no ha leído nada y se presentó al debate sobre corrupción con las manos vacías. Las cosas que dijo y las propuestas que hizo (reforzar la UCO, que le va a favor, y deshacer al Tribunal Constitucional, que le va en contra) no están a la altura del momento grave que, a su juicio, atraviesa España. Sánchez y el PSOE saben que el calendario judicial que tiene el PP por delante es rico en escándalos: los fallecidos por la DANA del País Valenciano, los fallecidos en las residencias geriátricas de la Comunidad de Madrid durante la pandemia, el caso de Alberto González Amador, las aventuras de la policía patriótica o clásicos de la corrupción que todavía tienen larga vida en los juzgados –como las tramas Kitchen, Púnica y Lezo– lastran las expectativas de un PP que ahora juega a presentarse como paladín contra la corrupción. Y propuestas como la deportación de ocho millones de personas que pone sobre la mesa Vox, único interlocutor actual del PP, no les ayudan exactamente a armarse de razones.
Se puede leer como herencia franquista, precisamente, el hecho de que la corrupción sea, en España, un hecho estructural que va mucho más lejos de la lucha por el poder entre los bloques de la derecha y de la izquierda. En este sentido, el informe sobre el estado de derecho de la Comisión Europea, que subraya el alto peligro de corrupción en España en ámbitos como la contratación de obra pública o la financiación de los partidos políticos, es un recordatorio contundente que pone el dedo en la llaga ahora abierta en el PSOE por Cerdán, Ábalos, Aldama, Koldo y compañía.