El futuro de Siria tras la caída de Bashar el Asad no es una cuestión que solo pueda analizarse de los pasillos del poder de Moscú, Washington, Ankara o Teherán, ni mucho menos desde los comentarios de las redes sociales. Sin embargo, la narrativa predominante en torno al país se sigue centrando en intereses geopolíticos y estrategias de influencias regionales, a lo que se suman análisis sobre cuestiones religiosas, dejando a los sirios sin agencia y reforzando una deshumanización que no es nueva ni accidental. Si bien los actores internacionales hayan tenido un impacto tangible en la trayectoria del conflicto, ignorar las voces y los anhelos de quienes han sufrido y resistido tanto la brutalidad del régimen como la fragmentación del país perpetúa un círculo de violencia y exclusión.
La narrativa sobre Siria a menudo convierte a sus habitantes en espectadores de su propia historia. Sea en discursos diplomáticos que relegan sus demandas a un segundo plano o en coberturas mediáticas que reducen sus vidas a números y paisajes de destrucción, los sirios casi nunca son tratados como agentes fundamentales para el futuro del país. Esta omisión, aparte de ser profundamente injusta, es peligrosa. Sin un pleno reconocimiento de las aspiraciones y luchas de los sirios, cualquier transición política o reconstrucción postconflicto estará condenada a replicar estructuras de poder autoritarias oa servir como escenario para disputas entre potencias extranjeras.
Desde el inicio del alzamiento de 2011 los sirios han demostrado una notable capacidad de organización y resistencia. Pese a la brutal represión estatal, el tejido social del país generó formas locales de gobernanza, redes de solidaridad y plataformas para imaginar un futuro más inclusivo. Aún así, estas iniciativas han sido ignoradas o socavadas, tanto por parte del régimen como por los actores internacionales cuyas intervenciones raramente han priorizado los derechos humanos o la justicia.
Es crucial reconocer que la deshumanización de los sirios no proviene únicamente de la propaganda del régimen de Damasco. Los actores externos también han contribuido a una instrumentalización del sufrimiento sirio, sea como justificación para intervenciones militares, sea argumento para adoptar políticas de contención migratoria en Europa y otras regiones. Las discusiones sobre Siria suelen estar marcadas por un lenguaje tecnocrático o por opiniones no siempre informadas que, en su obsesión por elestabilidad, ignoran las causas profundas del conflicto y el potencial de transformación democrática.
Un ejemplo paradigmático de esta dinámica es el proceso de reconstrucción. los sirios desplazados y empobrecidos chocan con barreras insuperables a la hora de regresar a su casa y rehacer las suyas comunidades. Sin un enfoque centrado en los derechos humanos y la inclusión de las víctimas en la toma de decisiones, la reconstrucción no sólo perpetuará las desigualdades que existen, sino que también fundamentará nuevas formas de dominio.
El futuro de Siria no puede (ni debería) ser diseñado en salas de negociación extranjeras. Una transición genuina requiere un enfoque que priorice la justicia, la rendición de cuentas y la participación activa de los sirios en la configuración de su propio destino. Esto incluye escuchar a las mujeres sirias, cuyo rol durante el conflicto y la resistencia ha sido fundamental, pero sistemáticamente ignorado, así como las comunidades marginadas que han soportado una violencia desproporcionada tanto del régimen como de otras fuerzas armadas.
Los esfuerzos internacionales también deben ir más allá de las soluciones simplistas basadas en modelos de democracia liberal importados. Siria tiene una historia rica y compleja que debe ser respetada y reflejada en cualquier estructura política futura. Es esencial, además, que la comunidad internacional se comprometa a abordar las causas subyacentes del conflicto, incluyendo las desigualdades económicas, la corrupción y la exclusión social.
La manera actual de dirigirse a Siria refleja un mayor problema en la forma en que las sociedades internacionales tratan los conflictos del llamado Sur Global. Al priorizar intereses estratégicos sobre derechos y deseos de las poblaciones locales, no sólo perpetuamos las dinámicas de dominación, sino que también reforzamos una visión del mundo en la que algunas vidas son inherentemente menos valiosas que otras. Reconstruir Siria también implica reconstruir nuestra forma de hablar sobre Siria y, más allá, sobre cualquier región que haya sido reducida a escenario de luchas ajenas.
El futuro de Siria no pertenece a Bashar el Asad, ni a Rusia, ni a Irán, ni a Estados Unidos. Pertenece a los sirios. Y ya es hora de que el mundo les reconozca como protagonistas fundamentales de esa historia.