Sentir vértigo frente a los desarrollos tecnológicos es de estúpidos. Así te hace sentir el manifiesto tecnooptimista que se viralizó en el 2023. Un documento impulsado por Marc Andreessen, un emprendedor en serie que destaca por ser padre del navegador Netscape y de Facebook. Este manifiesto utiliza un tono épico para exponer una serie de afirmaciones en las que la premisa es que el progreso tecnológico es la única esperanza para los grandes problemas de la humanidad. Para poder salvarla, es necesario dejar hacer a los emprendedores, en completa libertad, confiando en el buen funcionamiento de los mercados libres que a lo largo del tiempo han mostrado capacidad para adaptarse y evolucionar. Entronizando el dinero como la fuerza motora de un crecimiento económico que no puede parar. Desde la mirada del manifiesto, pensar en las consecuencias sociales, posibles desigualdades o injusticias, son miedos injustificados que sólo lo dificultan. De hecho, el documento califica la regulación, la sostenibilidad, la responsabilidad social y la ética como "ideas zombi", un residuo del comunismo.
Al otro lado del espectro, encontramos la tesis del economista Varoufakis, que afirma que estamos presenciando una mutación del capitalismo, que ya no se enmarca en las normas de un mercado libre y competitivo, con la aparición de un sistema que él llama tecnofeudalismo. A su juicio, este sistema emergente se construye sobre un capital intangible que las empresas construyen en la nube, basado en acumulación de datos y algoritmos activos y opacos.
Según la teoría de Varoufakis, Amazon, por ejemplo, sería un feudo basado en la nube. Los vasallos serían las empresas que se ven obligadas a vender sus productos a través de su plataforma. Los consumidores seríamos los sirvientes, que aportamos datos infinitos sobre nuestras preferencias y deseos. El algoritmo se ajusta a nuestra capacidad económica y preferencias, tratando de influir sobre nuestro comportamiento. En una búsqueda por un mismo producto, se obtienen resultados distintos en un mercado en el que los consumidores no disponen de toda la información. Amazon, además, tiene la capacidad de hacer desaparecer un producto de una búsqueda si le interesa posicionar a otros o vender un modelo producido por sí misma.
Cierto es que Amazon no está sola, con ella puede competir Alibaba y alguna otra, pero se pueden contar con los dedos de una mano. No dejan de ser feudos. Redes sociales como Instagram, TikTok o X también se alimentan de la información que les proporcionamos: qué miramos, el tiempo que estamos ahí, lo que nos gusta y lo que no, además de lo que colgamos. Todo son datos medibles hasta el último detalle y extremadamente fidedignos. Somos "sirvientes" de la nube. De hecho, nos conocen mejor que a nosotros mismos. Todo el capital intangible en la nube que estas empresas tienen, la base de su riqueza, lo creamos y actualizamos nosotros de forma constante, con mucho gusto y todo por el módico precio de 0 euros.
Mientras que las empresas basadas en capital tangible deben realizar grandes inversiones para mantenerse competitivas, la ventaja de las empresas en la nube les dan los datos. Las inversiones se limitan a la maquinaria en centros de datos, que ciertamente tienen un coste pero pequeño en comparación con la riqueza que les genera el contenido.
Otro cambio sustancial es en la parte de los ingresos empresariales que se transfieren a los trabajadores en forma de sueldos. Mientras que en empresas basadas en capital terrestre puede llegar a suponer entre el 60-70%, en empresas basadas en el capital en la nube este porcentaje cae en picado, pudiendo llegar a ser inferior al 1% de los ingresos. Millones de "trabajadores" les salimos gratis.
Como humanos, siempre necesitaremos el capital terrestre, pero el internet de las cosas se va extendiendo y, con él, el poder del capital en la nube: relojes y gafas inteligentes, las Alexas caseras y derivados. Y, si conduces un Tesla, un tal Elon Musk —gran tecnooptimista— sabe de dónde vienes y dónde vas, si corres más de la cuenta, si te hurgas en la nariz en los semáforos y, en cualquier momento, tiene el poder de inmovilizarte el vehículo. El capital en la nube acabará dominando el terrestre, tal y como predijo Clive Humby hace más de dos décadas: "Los datos son el petróleo del siglo XXI".
El tecnofeudalismo existe, pero hay que tener en cuenta que son feudos creados por emprendedores con esfuerzo y visión, y no heredados de nacimiento como ocurría en la Edad Media. A favor del optimismo tecnológico, quizás sí, pero acompañado de pensamiento crítico: sabiendo qué hacemos, por qué, para quién, y con qué derivadas.