La telaraña global de la extrema derecha

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El ruso Alexander Dugin, líder  del Movimiento Eurasiàtic Internacional, asiste a una ceremonia de luto para su hija

El nombre de Aleksandr Dugin, hasta el atentado que mató el sábado a su hija, solo les sonaba a los especialistas, a los que siguen a fondo la actualidad internacional y a extremistas de derechas. Ideólogo de la llamada cuarta teoría política –a la práctica, una actualización más del fascismo–, fundador con Eduard Limónov del Partido Nacional Bolchevique y admirador confeso del tradicionalista y esoterista antisemita Julius Evola, Dugin ha sido uno de los inspiradores de la política expansionista de Vladímir Putin. Es uno de estos pensadores con los cuales el Kremlin actual se siente cómodo y, por lo tanto, una demostración más de que el gobierno ruso es capaz de asimilar y acoger la extrema derecha e incluso teóricos del neofascismo sin ningún tipo de problema. Aunque es difícil determinar el grado de influencia de Dugin en el entorno de Putin, su libro Fundamentos de geopolítica es el tratado más influyente en el ejército, la policía y las élites estatales rusas desde el hundimiento de la URSS.

Pero el peso ideológico de Dugin ha ido más allá de Rusia y ha llegado a movimientos extremistas de países como Francia, Italia y Austria, además de establecer vínculos con radicales turcos, húngaros y griegos. En los años noventa viajó a España y a Catalunya, invitado por diferentes grupos como por ejemplo la organización neonazi Círculo Español de Amigos de Europa (Cedade). Si bien parece que la mayoría de la principal organización política actual de la extrema derecha española, Vox, se inclina más por el atlantismo que no por la influencia rusa, algunos de sus elementos se han dejado seducir por las ideas de Dugin, como ha pasado –y todavía pasa– con otros grupúsculos marginales.

El caso de Dugin demuestra un hecho que a veces no se tiene suficientemente presente: a pesar de que el sector más tradicionalista de la extrema derecha normalmente se opone de lleno a la globalización, incluso este usa los mecanismos. Sus ideas –que Umberto Eco no dudaría en encuadrar dentro del ur-fascismo– se esparcen en la telaraña global del discurso que se ha convertido en el principal reto para los defensores de la democracia al inicio del siglo XXI. El relato de la extrema derecha se ha globalizado hasta el punto que organizaciones que podrían ser contradictorias o, todavía más, chocar precisamente por los nacionalismos excluyentes que defienden, son capaces de ponerse de acuerdo y trabajar conjuntamente en algunos aspectos.

Eco ya avisaba que para combatir el fascismo hay que saber identificarlo, a pesar de que no es fácil, porque es una ideología suficientemente difusa para que en algunos aspectos pueda incluso llegar a ser contradictoria. Por eso es importante explicar qué defienden los puntales teóricos en los que se basa. Y la figura de Dugin –por mucho que a veces se pueda haber magnificado su capacidad de influencia– es innegable que es uno de estos miembros de la telaraña global. Ha sido capaz de hacer llegar sus tentáculos hasta Barcelona mismo, donde hizo un acto en 1994, y todavía tiene quien lo defiende.  

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