Ursula von der Leyen después de ser reelegida presidenta de la Comisión Europea.
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Algo que siempre es fascinante ver son los cambios en la opinión pública. Sobre un personaje, sobre un acontecimiento, sobre un artista o una catástrofe, da igual. El cambio al principio es gradual, después se precipita y se vuelve masivo. Ahora ocurre con Trump: ha pasado de ser no sólo el malo de la función, y un personaje tenido por colérico y extravagante (o directamente loco) a ser visto por muchos como un vencedor. Alguien que, ahora sí, se ha ganado el triunfo. La ola ya había empezado a escucharse al comienzo de la carrera entre Biden y él, pero se hizo notar con nitidez tras el cara a cara en que Biden se derrumbó, y se multiplicó hasta el infinito después de el atentado de un tirador misterioso (de momento no hemos sabido nada más, de Thomas Matthew Crooks) en Pensilvania. Tan relevante en este cambio fue el Trump no doblado, furioso, rabiente, con el puño en el aire y la mejilla ensangrentada exhortando a sus seguidores a luchar, como –dos días después– el Trump que recibía la ovación y el calentamiento de su gente, emocionado, con la mandíbula temblorosa: de repente, el paquidermo naranja, el violador de actrices porno, el exponente por antonomasia de la posverdad, el gran farsante, el instigador de un ataque contra el Capitolio , tiene sentimientos. Giro de guión con redención incluida, muy al gusto de la narrativa americana netflix.

Un buen ejemplo de este tipo de narrativa es la del libro que hizo famoso al candidato a vicepresidente de Trump, JD Vance, Hillbilly Elegy (publicado en catalán como Una familia americana), un intento bastante condescendiente de autobiografía que inevitablemente se presentó como “la gran novela americana”, a pesar de ser el relato de cómo creció Vance en una derrumbada familia trabajadora, redneck, entre un pueblecito de Kentucky y una pequeña ciudad de Ohio. Ideal para hacer una serie –Ron Howard dirigió su adaptación cinematográfica–, el éxito del libro (tuvo mucho) cogió a Vance en plena presidencia de Trump, a quien entonces definió (como recuerdan en la revista Politico) como “un idiota”, y también como un personaje “nocivo y reprobable”, al que comparó con Hitler. Ahora, Vance no duda en disculparse públicamente por esos comentarios y en vender al trumpismo unos ingredientes (juventud y cierta solvencia intelectual, en contraste con la acreditada burrada del líder) que le proporcionan una valiosa reserva extra de combustible.

Mientras miramos atónitos a los seguidores de Trump con un parche en la oreja, imitando lo que lleva el candidato a presidente para curarse la herida del atentado, la Comisión Europea reelige como presidenta a Ursula von der Leyen, que repite en el cargo como mal menor. La Unión Europea pone al frente a una gestora mediocre, mientras la idea de Europa, como la entendía Steiner, se ve asediada interiormente por el empuje de las extremas derechas (frente a las que se ha resignado a salvar los muebles), y exteriormente por la presión de las grandes potencias adversarias —China, Rusia—, a las que habrá que añadir EEUU si Trump (y su delfín Vance) ganan las elecciones en noviembre.

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