Sin universitarios

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El campus de la Universidad de las Islas Baleares / EFE

Un titular de portada del Diario de Mallorca de este lunes lo recogía: "Baleares es la comunidad con menos jóvenes que van a la universidad". En este último curso 2023/24, el porcentaje de la población de Baleares que tiene entre 18 y 24 años y cursa estudios superiores se ha situado en un 10,8%. Es una tasa tres veces menor que la media de España, que es del 31,6%. El porcentaje en Cataluña es del 31,8%, ligeramente mayor que el de esta media. Las comunidades con más jóvenes que siguen estudios superiores son Castilla y León con un 42,8% y Madrid con un 44,8%.

El caso de Baleares va, por supuesto, directamente ligado a una tasa de abandono escolar que –en proporción inversa a la de población universitaria– es la más alta de todo el Estado: un 19,1%, 5,5 puntos por encima de la media. Las casuísticas son necesariamente diversas en cada territorio, pero en el caso de Baleares estos datos alarmantes son consecuencia de un modelo económico basado en el monocultivo turístico. Uno de los efectos más perniciosos, junto con la precariedad laboral y los problemas de acceso a la vivienda. De hecho, todos estos efectos se explican mutuamente entre ellos y van unidos de forma inseparable.

Ya me van a excusar la obviedad, pero un modelo económico no es sólo unas tablas de resultados, sino que también implica un modelo de sociedad y unas formas de vida. La idea del turismo como una fatalidad, como la única actividad económica que puede llevarse a cabo en un lugar como Baleares, está fuertemente arraigada dentro de la ciudadanía del país, y también entre las clases dirigentes. Para una gran parte de la población, esto deriva en otra idea tan falsa como dañina: la de los estudios como un lujo que no pueden permitirse, o simplemente como un esfuerzo que no es necesario hacer, para dedicarse a algún trabajo que directa o indirectamente tenga relación con el turismo. Si después tienen que realizar algún curso de formación ya lo harán, pero muchos interrumpen su formación académica cuando acaban la escuela primaria, o abandonando a medio realizar los estudios de secundaria (también la FP). No perciben que el estudio pueda ser interesante ni conveniente para su futuro. No se les incentiva por hacerlo, y tampoco se transmite este mensaje a los inmigrantes que llegan para buscar trabajo en el turismo. Por el contrario, lo que domina es la idea de que trabajar medio año sí y medio año no, e ir tirando de temporada en temporada, es un horizonte vital aceptable. Muchos padres no se preocupan si sus hijos siguen ese guión, porque ellos han hecho lo mismo.

Este año habrán pasado, cuando acabe la temporada, unos veinte millones de turistas por Baleares. Se computará como un éxito y se exhibirán los buenos datos de empleo, al tiempo que hoteleros y turoperadores dirán que hay que cuidar más al sector y presentarán su carta de exigencias para la próxima temporada. Se obviará que un país (una comunidad autónoma, una sociedad, decid cómo lo desee) basado en estos planteamientos es un país dejado en manos de los especuladores y los espabilados. Y abocado, por tanto, al fracaso.

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