Vacunas y negocios en los países pobres

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“La fortuna en la base de la pirámide” fue el título de un artículo publicado a principios de siglo por un economista de origen indio de la Universidad de Michigan. La fortuna a la que Prahalad hacía referencia es la riqueza de los 4.000 millones de personas del planeta que viven con menos de 8 dólares al día: tienen poco dinero, sin embargo, como son muchos, existe la posibilidad de hacer negocio. La propuesta de vender a los pobres arraigó con rapidez, y también cogió impulso la idea que el sector privado se convirtiera en un actor clave en la salida de la pobreza de estos países. Hasta entonces, la responsabilidad de este hito había recaído sobre todo en las políticas de ayuda oficial al desarrollo. En la carta fundacional de la ONU se ponían las bases de la cooperación internacional y en 1975 el informe Pearson establecía que los países ricos tenían que destinar el 0,7% de su PIB en ayudas a los países pobres. Solo un puñado de países europeos han llegado a este porcentaje y lo que ha quedado ampliamente aceptado es que tanto el sector público como el privado son imprescindibles para erradicar la pobreza. 

El tiempo ha mostrado que no es tan fácil para el sector privado acceder a esta supuesta fortuna, y un ejemplo de ello es el bajo porcentaje de vacunación en África, que ha puesto en evidencia tanto los límites de la cooperación internacional como de los incentivos empresariales. Las inversiones importantes en ciencia, salud y tecnología continúan mirando hacia los países templados, con tierras fértiles, gobiernos estables y libres de corrupción, que es, en definitiva, donde tienen un potencial de amplios beneficios. En salud, esto es especialmente cruel, porque hablamos de una población afectada por enfermedades propias que se investigan poco. Un ejemplo clásico: la investigación para curar la malaria disminuyó radicalmente una vez se tuvieron profilácticos que prevenían la enfermedad en el mundo desarrollado, pero que quedaban fuera del alcance de la población que más los necesitaba.

Una crítica a las grandes empresas es que se han dirigido a la población pobre para vender productos de consumo que ya habían llegado a un punto de saturación en otros mercados, y no tanto para resolver necesidades básicas. Con esto, la población menos pobre puede acceder a algunos productos que antes eran inasequibles o inexistentes, como bolsitas de champú para un único uso, o incluso cosméticos, pero también al tabaco. Un balance poco alentador.

La parte positiva es que se están creando nuevas empresas, pequeñas y medianas, que tienen una visión más inclusiva y que implican a la población, ya sea emprendiendo, proveyendo o trabajando, de forma que el valor creado por estas empresas es más compartido. Una muestra de ello podría ser la primera vacuna anticovid libre de patentes que la microbióloga hondureña Bottazzi, desde una entidad sin ánimo de lucro , pone a disposición de la sociedad. No tener que pagar por la patente es un primer paso. Ahora hace falta que estos países sean capaces de producirla, almacenarla y distribuirla. Es así como pequeñas y medianas empresas pueden situarse en África, trabajando conjuntamente y construyendo unas capacidades que sean duraderas en el tiempo. 

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