El videoclip de la guerra

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El videoclip de 'Stefania', la canción con qué Ucrania ha ganado la Eurovisión de este año.

Siguiendo las estrategias comunicativas de Zelenski, Ucrania ha sabido aprovechar un festival tan frívolo como el de Eurovisión para dar repercusión a la invasión que está sufriendo. De hecho, el certamen nació hace sesenta y seis años como una reacción a la devastación de la Segunda Guerra Mundial. El concurso musical pretendía servir como mecanismo para recuperar un espíritu de hermanamiento en Europa. Es lógico que ahora, con una guerra sacudiendo el continente, vuelva aquella voluntad y la victoria del festival sea para Ucrania. Un gesto simbólico que televisivamente se gestó con mucha prudencia desde la organización en las cuatro horas y media previas de programa. Los presentadores no se recrearon en ninguna narrativa lacrimógena o dramática que premiara antes de tiempo la actuación de Kalush Orchestra. Cuando Mika, en una de las transiciones, conversaba con los participantes que esperaban en la zona de sofás, les alargó el micrófono desde la distancia, para concederles un momento de saludo a las cámaras sin tenerles que dar la palabra, como sí que hizo con otros países.

Veinticuatro horas después de erigirse campeones de Eurovisión, Kalush Orchestra lanzó en las redes el videoclip de la canción ganadora, Stefania, convertida en el himno de la guerra. No lo hicieron antes, explicaron, para no someter a la audiencia a una especie de chantaje emocional que les hiciera vencedores por pena, arrastrados por una sobredosis azucarada de devastación. La producción tiene poco más de tres minutos de duración y se ha rodado en Bucha, Irpín, Borodianka y Hostómel, ciudades convertidas en escombro y ceniza por el ejército ruso. En un escenario real de destrucción han construido un relato sobre la maternidad y la guerra. Mujeres soldado que entregan hijos extraviados a sus madres, y madres que dejan a las hijas con los abuelos para ir a luchar y rescatar a las criaturas de otros. Fuego, niños, pérdida, asolamiento, peluches y mujeres como elementos para tocar la fibra en tiempo de desesperación.

El impacto es que los escenarios son reales y retocados con pequeños elementos que acentúen el drama: llamas en medio del camino que pisan las madres y los integrantes de Kalush Orchestra con la mirada perdida en los balcones de enormes edificios reventados por las bombas.

Ucrania ha hecho eso tan grotesco de buscar la belleza y la poética en el horror, en romantizar la destrucción y la desgracia para vender un relato épico de resistencia y superación. Envolver de estética la tragedia puede resultar incluso ofensivo para las víctimas. Salir tocando la flauta en la fachada de un edificio destruido, rapear en unas oficinas quemadas o acabar la historia con una niña aguantando un cóctel Molotov encendido se ajusta tanto a la estética de los videoclips que recrean fantasías que Stefania pierde el valor documental y veraz por excederse con la plástica de la guerra. No es extraño, sin embargo, en un conflicto donde realidad y ficción tienen una frontera tan difusa.

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