4 min
Sobre el volcán

La suerte de Pere Aragonès y la de Pedro Sánchez están más conectadas de lo que a ellos mismos y a muchos de los suyos les gustaría. Sánchez tiene en sus manos, en el último tramo de mandato, poner las bases para una nueva etapa con el gobierno de Catalunya y sobrevivir a la furia de la derecha con los votos de la periferia en el Congreso. Por su parte, Aragonès está obligado a conseguir que la mesa de negociación con el Estado sea algo más que una fotografía y un termómetro de impotencia política.

Uno y otro tienen delante un ejército de ordeñadores de un fracaso que anuncian cada día y que tiene, en principio, dos años para evaluarse si la CUP no decide antes romper la mayoría de gobierno.

Sánchez está decidido a demostrar que el problema de la España democrática no es el gobierno del PSOE sino las fuerzas vivas, el Estado profundo que representa a gran parte de la administración, los altos tribunales y la triple derecha de Colón. Su voluntad de sacar adelante los indultos ya ha topado con la España reaccionaria, la misma que se puso en marcha desacomplejadamente con la mayoría absoluta de Aznar. Fue entonces cuando el líder del PP abrió la puerta a la involución constitucional más intensa que ha vivido España desde los años 80 y a la vez dio oxígeno al independentismo en Catalunya. ERC pasó de los 12 escaños de 1999 (un 8,6% de los votos) a los 23 de 2003 (un 16% de los votos), hasta los 33 de hoy (un 21% de los votos) que han llevado a Pere Aragonès a la presidencia de la Generalitat con una coalición que tiene una mayoría parlamentaria soberanista del 52%.

El PP sabe perfectamente que la gran mayoría de la opinión pública catalana está a favor de un referéndum y de los indultos, pero también sabe que su crecimiento electoral es a expensas de los valores democráticos y potenciando una política uniformadora que sueña con borrar el catalanismo del mapa. El PP hace tiempo que renunció a Catalunya, donde en 2003 tenía 15 diputados y donde ahora ha llegado a las más altas cuotas de la miseria con los 3 representantes parlamentarios de 2021 (un 3,85% de los votos).

Con una inyección de fuerzas renovadas del nacionalismo español después de la victoria de Ayuso en Madrid, Casado vuelve a recurrir a Catalunya para desgastar al gobierno. Se trata de una nueva versión del aznarismo, con un lamentable Casado dispuesto a volver a poner mesas para recoger firmas como hizo Rajoy, esta vez no contra Catalunya con la excusa del Estatut, sino contra los indultos a los políticos independentistas, obviando que España es un país donde se ha indultado a todo tipo de golpistas y delincuentes.

El indulto puede prosperar en el gobierno y superar el terremoto dentro del PSOE más nacionalista español, pero el PP y Vox pueden contar con la extralimitación de funciones del Supremo para impedirlo. De hecho, el informe del TS es un indicio de hasta dónde puede llegar la furia reaccionaria para limitar la capacidad política del ejecutivo. El tribunal no se ha limitado a hacer el asesoramiento que le pide la ley, sino que ha ratificado su sentencia y ha hecho consideraciones políticas impertinentes, que superan sus funciones judiciales. Eso sí, en plena coherencia con el papel político que el PP le entregó en la gestión del conflicto con Catalunya y que nos ha traído hasta aquí. Hasta la crisis constitucional más grande que ha vivido la democracia y el debilitamiento del ejercicio democrático a ojos de Europa.

Sánchez tiene que elegir si obliga al PSOE a enfrentarse a la calidad democrática española y a los tribunales que se exceden en sus funciones aunque no tenga el éxito asegurado. El ruido lo tiene garantizado en un Madrid cada vez más escorado a la derecha y con una prensa que mayoritariamente intenta interferir e influir en la política en vez de analizarla u observarla para servir a los ciudadanos.

Sánchez y Aragonès hablarán la próxima semana en un tono nuevo, pero con las divergencias políticas intactas. Si Sánchez saca adelante los indultos, será un primer paso, el comienzo de una nueva etapa, y se le tendrá que reconocer la valentía. Pero será solo el primer paso de un camino difícil en el que España y Catalunya tendrán que negociar civilizadamente lo que siempre ha acabado con un bombardeo de Barcelona, un fusilamiento o la cárcel.

‘Nuggets’ en el Palau

Indudablemente, una nueva etapa se ha abierto en el Palau de la Generalitat. La imagen de un joven president cogiendo de la mano a una niña de dos años es aire nuevo en un espacio que se había vuelto denso.

Aragonès tiene la atracción de la normalidad después de tantos años de situaciones anómalas. Catalunya sale de una pandemia y de una recesión económica inédita y necesita reconstruirse con nuevas ambiciones y energías.

El president tiene dos años para sacar al país de la depresión colectiva y el soberanismo dos años para explorar hacia dónde puede ir y con qué mayoría.

De momento, en la Generalitat, la vida se ha filtrado por los solemnes muros de piedra. El mismo día de la investidura, a las nueve del atarceder se había hecho tarde para una criatura de dos años, pero siempre hay una abuela atenta. Esta vez con un táper con nuggets en el bolso en el Pati dels Tarongers. En un país con exceso de épica y falta de política cercana a los ciudadanos, las cosas prácticas son de agradecer cuando la gente las está pasando canutas.

Esther Vera es la directora del Diari ARA.

stats