8 de marzo, la causa de la humanidad

Hoy, como ayer, la reacción patriarcal se convierte en violencia cada vez más visceral

Xavier Domènech
4 min
La manifestació, a la confluència del passeig de Gràcia i el carrer Provença

El 8 de marzo de 2018 ha producido una marca indeleble en las turbulentas décadas con que hemos empezado el milenio. Millones de mujeres protagonizaban una huelga en todo el estado por la que las activistas feministas trabajaban y soñaban desde hacía años. Y a toda revolución le corresponde una reacción. Si Albert Rivera, que había mantenido una actitud displicente ante aquella huelga, se aprestaba a proclamarse justo después líder del feminismo transversal y ahora lo hará del "feminismo liberal", un año después sus aliados de Vox en Andalucía ya piden listas negras de las trabajadoras y trabajadores que luchan contra la violencia de género. Como no podía ser menos, la tercera pata de esta reacción, Pablo Casado, promete la derogación de la ley del aborto para "financiar las pensiones y la salud". Pero el cretinismo de todo esto, si no el fascismo de pensar que alguien puede disponer del cuerpo y la vida de otro ser humano, es tan sólo la punta del iceberg de la reacción patriarcal. La revolución a veces silenciosa, a veces militante, que protagonizan las mujeres desde hace décadas, encuentra ante sí una reacción que no se mide sólo por los discursos de sus líderes, sino con la sangre de miles de mujeres asesinadas a manos de un patriarcado que reacciona con violencia a su pérdida de poder. Y es que esta historia hunde sus raíces en el tiempo, no tiene un final escrito, y hay que ganarla, y no va sólo de igualdad. Trata también de la opresión.

El Manifiesto de Redstockings de 1969 afirmaba: "Identificamos a los hombres como los agentes de nuestra opresión. La supremacía masculina es la forma de dominación más antigua y básica. Todas las demás formas de explotación y opresión [...] son extensiones de la supremacía masculina; los hombres dominan las mujeres, algunos hombres dominan al resto". Palabras proclamadas en el marco del nacimiento del feminismo radical, pero que hubieran podido suscribir perfectamente las "hijas de la libertad" que se reunieron para reclamar el derecho a voto en Seneca Falls en 1848. Tras no ser admitidas, por su condición de mujeres, en un congreso internacional para la abolición de la esclavitud, proclamaron: "la historia de la humanidad es la de las repetidas humillaciones y usurpaciones del hombre contra la mujer con el objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre ellas". No muy diferente de lo que reclamaban en 1825 la socialista y owenita autodidacta irlandesa Anna Wheeler y William Thompson en su "Llamada a una mitad de la raza humana, las mujeres, contra las pretensiones de la otra mitad, los hombres, de retenerlas en una esclavitud política y por lo tanto civil y doméstica". Un hilo violeta que reúne en este camino a mujeres como Flora Tristán, trabajadora que denunció la doble explotación de la mujer y su papel fundamental en la liberación de la humanidad, y que creó el lema, atribuido a Marx, "Proletarios de todos los países, uníos"; a la inmensa revolucionaria Mary Wollstonecraft, autora de 'Vindicación de los derechos de la mujer' (1792), que defendió la necesidad de las mujeres de controlar su propia sexualidad para no caer en la dependencia de los hombres; a Marie de Gournay, que en 1622 escribió 'La igualdad entre los hombres y las mujeres' denunciando el dominio cultural masculino; o, en un trayecto sin fin, a la veneciana Christine de Pizan, escritora extremadamente popular que desafió a un mundo de hombres y en 1405 publicó, como respuesta a 'La ciudad de Dios' de Santo Tomás, 'La ciudad de las damas ', en la que recreaba la posibilidad de una sociedad sin hombres.

Esta es una historia de vindicaciones y también de luchas. De luchas como la de las 'suffragettes' que, lejos de la imagen de mujeres que pedían el derecho a voto después de tomar el té con pastas, tuvieron que protagonizar manifestaciones masivas y duros enfrentamientos contra las fuerzas del orden, y sufrieron heridas, encarcelamientos y agresiones sexuales por reclamar un sufragio verdaderamente universal. El mismo 8 de marzo rememora en este sentido las huelgas de las mujeres de Nueva York de 1908 y en 1909, con el precedente de la de 1857, que pedían la reducción de la jornada laboral de 16 a 10 horas, a igual trabajo igual salario, y el derecho a lactancia y reducción de jornada por hijos. En aquellas huelgas murieron 129 trabajadoras encerradas dentro de una fábrica quemada por sus propietarios. Reivindicaciones que siguen aún hoy vigentes en esta tierra, donde hemos conocido dirigentes como Federica Montseny, primera ministra mujer de la Europa Occidental, que despenalizó el aborto, u organizaciones de masas como fueron Mujeres Libres o la Agrupación de Mujeres Antifascistas de los años treinta. Porque hoy, como ayer, hay una brecha salarial insostenible; hoy, como ayer, vemos un poder judicial, político o económico que discrimina, a veces de forma sangrienta, por razón de género; y hoy, como ayer, la reacción patriarcal se convierte en violencia cada vez más visceral.

Las huelgas que dieron origen al 8 de marzo fueron conocidas como las Huelgas del Pan y las Rosas, simbolizando así tanto las necesidades materiales de una justicia de género como la aspiración a un orden nuevo en las relaciones humanas. La poesía de James Oppenheim sobre aquellas huelgas, que se convirtió en canción popular, decía: "Mientras vamos marchando, marchando, innumerables mujeres muertas llaman a través de nuestro canto a su antiguo grito de pan, sus almas fatigadas conocieron el pequeño arte, el amor y la belleza [...] A medida que vamos marchando, marchando, llevamos con nosotras días mejores. El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad: luchamos por el pan, pero también luchamos por las rosas". Cuando durante la Revolución Francesa de 1789 las mujeres del pueblo escribían en los cuadernos de quejas que si la nobleza no podía representar al tercer estado tampoco los hombres podían representar a las mujeres, Olympe de Gouges comenzaba su 'Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana' con una pregunta clave: "Hombre, eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta..." Una pregunta que aún hoy no tiene respuesta. Sólo sé que, como decía Fourier, el grado de liberación de la humanidad tiene una única medida: el grado de liberación de la mujer. Sólo sé esto y que este 8 de marzo haré huelga, por la causa de las mujeres, que es la causa de la humanidad.

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