Déjame decirte

Albert Camus, 'El extranjero' y la política

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo al inicio de la reunión en el Congreso
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BarcelonaHa llegado el calor y hay mucha experiencia acumulada que demuestra que esta circunstancia enturbia la mente e incluso estimula la violencia. Será por eso que en las últimas semanas todo parece enredarse y complicarse en el ámbito político, a pesar del pacto al que llegaron finalmente el gobierno de Pedro Sánchez y el PP de Alberto Núñez Feijóo para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Ese acuerdo permitió constatar de nuevo el valor del diálogo para afrontar los problemas sociales, en este caso los de la justicia, por contraste con la estrategia de la confrontación sistemática. Pero el espejismo desapareció rápidamente, cerrando expectativas en cuestión de horas. Estamos muy lejos del espíritu que guió a la Transición y la lucha política se caracteriza por su ferocidad, en un ambiente recargado, espeso y oscuro, que para muchos fomenta el desinterés y la pasividad. Cuando me encuentro con amigos y conocidos que presentan este tipo de cuadro psicológico me acuerdo invariablemente de Meursault, el protagonista de la novela El extranjero, de Albert Camus. La apatía de Meursault es proverbial. Se trata de un hombre indiferente a todo. Seguro que recuerde el inicio del relato, cuando habla de la muerte de la madre, sin ser capaz de decir si acaba de producirse o ocurrió el día anterior. “Hoy –escribe– ha muerto mi madre. O tal vez ayer. No lo sé”.

Confío en que no acabaremos todos así. Meursault es detenido después de haber disparado a un árabe, en la playa, un día que hace calor. Esta circunstancia es determinante. “El sol –describe el protagonista– era ahora abrasador. Se rompía a pedazos sobre la arena y sobre el mar”. Poco antes, su novia le ha propuesto casarse. Y él ha contestado que le da igual, pero que de acuerdo. “María –explica– vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si quería”. No sé cómo habría reaccionado Meursault, indiferente a todo, pero sensible al calor, en una situación de bloqueo como la que tenemos, incluso después del pacto entre populares y socialistas.

Aquí no hay costumbre de practicar la indiferencia, pero uno de los riesgos de los desencantados es caer en manos del pasotismo. El otro es la radicalidad, aunque en esta etapa de política pesada ya no hay tantos voluntarios para ir a golpear o quemar muñecos con la imagen de Pedro Sánchez en la calle Ferraz de Madrid, frente a la sede del PSOE. Los vociferantes del pasado diciembre son ahora los que, aturdidos por el calor y reconvertidos en flojos y deshinchados, echan la siesta con un ojo puesto en la plaza de Castilla. Allí están los juzgados, y esperan que el juez Juan Carlos Peinado encuentre la pista definitiva contra Begoña Gómez, la esposa del presidente del gobierno, por acusarla formalmente, al menos de tráfico de influencias, por sus relaciones con empresarios interesados en subvenciones.

El calor del Supremo

El juez Peinado, en cualquier caso, no es el personaje central del relato político en curso. Donde hace más calor es en el Supremo. Ya dije hace dos semanas que el tribunal del juicio del Proceso no tardaría en hablar. Y lo ha hecho con estruendo. En los barrios acomodados de Madrid todavía se venden suficientemente diarios. Y los quiosqueros me cuentan que los lectores de derechas están entusiasmados con el Supremo. Sobre todo con su decisión de no amnistiar el delito de malversación al considerar que los líderes independentistas sí sacaron un provecho personal de la utilización de fondos públicos para promover el Proceso. El argumento del tribunal es que “quien dilapida los fondos públicos que debe administrar con lealtad y les dedica a financiar el proceso independentista obtiene el incuestionable beneficio personal que deriva de no aportar dinero procedente de su peculio”.

La decisión del Supremo de excluir el delito de malversación de la aplicación de la amnistía ha llegado acompañada de la tomada por el juez Pablo Llarena de mantener la orden de detención de Puigdemont, y la de la magistrada Susana Polo preguntando a las partes del caso Tsunami si se debe consultar a la justicia europea sobre esta causa. Se trata de ver lo que dice el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre la posibilidad de amnistiar supuestos delitos de terrorismo. Su secuencia es importante y no parece casual. Si el Supremo hubiera consultado directamente a la justicia europea, Puigdemont se habría beneficiado del levantamiento de las mencionadas órdenes de detención, al menos hasta que llegara la respuesta desde el Tribunal de Luxemburgo. Pero con la negativa a aplicar la amnistía a la malversación lo logrado por la sala penal es mantener a Puigdemont alejado de cualquier perspectiva de volver a España a corto plazo, mientras Junqueras y los exconsejeros Romeva, Turull y Bassa siguen inhabilitados.

Ahora se presentarán al Supremo recursos que no tienen en la práctica posibilidad alguna de prosperar. Por tanto, las decisiones mencionadas acabarán impugnadas ante el Constitucional. Como nadie improvisa aquí el trabajo, este tribunal acaba de iniciar precisamente ahora la revisión de las sentencias condenatorias por el caso del fraude de los ERE de Andalucía. Las nuevas resoluciones estaban estudiadas y preparadas hace meses, y se han sacado a las puertas del verano, al terminar el ciclo de elecciones de este año. Prácticamente todos los acusados en este larguísimo procedimiento judicial –entre ellos dos ex presidentes del gobierno autonómico del PSOE, Manuel Chaves y José Antonio Griñán– han visto o pronto verán muy rebajadas, o de hecho anuladas, las penas que les fueron impuestas. Por eso Feijóo ha puesto en duda la imparcialidad del Constitucional. El PP cuestiona este tribunal no solo por criticar que sus sentencias beneficien a antiguos dirigentes socialistas, sino porque ve a venir una nueva corrección del órgano de garantías al Supremo para favorecer la aplicación de la amnistía a los líderes del Proceso. Ignoro qué diría nuestro amigo Meursault –y su creador, Camus– de ese juego político y judicial. Le podemos dar mil vueltas, pero lo que sí sé es que no podemos compartir su reflexión mientras espera que vayan a buscarle para cumplir su sentencia. Dice sentirse "vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de presagios y de estrellas" y, por tanto, abierto "a la tierna indiferencia del mundo". Nosotros no podemos permitirnoslo.

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