La disensión española contra el consenso catalán

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El líder  del PP, Pablo Casado, después de anunciar en el Congreso  que su partido ha recorrido los indultos al Supremo.

BarcelonaPablo Casado recuperó ayer una falsa equidistancia respecto a la Guerra Civil al presentarla como un conflicto entre partidarios del orden y de la anarquía (ley sin democracia los primeros y democracia sin ley los segundos), sin más matices. Ignorando que el bando franquista se levantó contra una democracia (en concreto una República que aprobó leyes que intentaban paliar el enorme retraso español respecto a Europa) y que nunca hubiera ganado la guerra sin el apoyo de nazis alemanes y fascistas italianos, y que es responsable del exterminio de centenares de miles de republicanos, el PP se sitúa en una posición que, 45 años después de la muerte del dictador, imposibilita un mínimo relato compartido sobre la historia reciente española. Como ha escrito el articulista conservador Raúl del Pozo, “en España la política es la continuación de la Guerra Civil por otros medios”. 

En este sentido resulta curioso señalar que el consenso sobre lo que significó el franquismo es mucho más elevado en Catalunya, cosa que explica en parte que, en un momento de elevada tensión política como la que se vivió en 2017, el cuerpo social catalán nunca se acabó de romper. Por eso, la zanja invisible que separa a los dos bandos que se enfrentaron en la Guerra Civil es hoy muy visible en el Congreso de Diputados. Y curiosamente el partido que nació con la voluntad explícita de superarla, Ciudadanos, vio con estupefacción cómo, a la hora de la verdad, sus votantes se lanzaban a los brazos de los franquistas más irredentos. España es un país de rojos y auzles, y esto no lo han cambiado cuatro décadas de democracia creando un nuevo tipo de ciudadano naranja, como pretendía Albert Rivera.

La derecha española vive con el drama de que, sin el factor catalán y vasco, sería mayoritaria en España. Casado lo sabe, y por eso ha intentado tímidamente en alguna ocasión adoptar un discurso más conciliador. Pero, a la hora de la verdad, el PP aparece como lo que es: un partido fundado por un ministro de Franco que reúne a las clases medias y altas conservadoras que se acomodaron a vivir con el régimen y que representa, como mínimo, a un 40% del electorado.

Que el PP no sea capaz de desprenderse de su pasado no es un hecho trivial. Ahora mismo, Casado actúa como la CEDA ante la amnistía al gobierno Companys, y con este movimiento retrotrae el mapa político español al año 36: en un lado, la izquierda española y los nacionalistas, y en el otro, la derecha.

La mayoría PP-PSOE

Es evidente que tanto la izquierda como la derecha españolas están en contra de la independencia de Catalunya. Pero también es cierto que la mayoría PP-PSOE que se ha repartido las instituciones durante décadas es cada vez menos operativa. La política de bloqueo del PP hace que Sánchez sea cada vez más dependiente de sus socios. Y lo que es más importante, el discurso de PP y Vox también está exacerbando la fractura española hasta el punto de que un votante socialista será cada vez menos tolerante a lo que antes se denominaban pactos de estado. Nadie quiere pactar con quien te insulta diariamente.

Desde el independentismo, este escenario abre una ventana de oportunidad. Pequeña, quizás, pero no despreciable. La disensión española, si se combina con dosis más grandes de consenso catalán, puede actuar como catalizador de cambios. Y todo gracias a Casado.

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