Carles Puigdemont: el líder que puede pensar como la CUP, parecer de ERC pero ser de CDC
Su entorno define al candidato de Junts como un político con "profundas convicciones" a quien el exilio ha hecho "madurar" y "endurecer"
BarcelonaSi existe un presidenciable conocido el 12-M es Carles Puigdemont y Casamajó (Amer, 1962). En el barómetro del CEO alcanza el 98% en Cataluña y su índice de conocimiento también es alto en España y en Europa. Ahora bien, es el personaje que más sentimientos contradictorios genera: adhesiones y animadversiones en función de la trinchera en la que cada uno se colocó en el 2017. Porque Puigdemont es, a ojos de todos, sobre todo eso: el presidente del 1- O.
Ahora bien, ¿qué hay detrás? ¿Qué ha vivido? ¿Qué Puigdemont hay después del regreso? Sólo yendo más allá del mito –ya sea el del héroe o el cobarde, como él dibuja en su espot electoral– es posible entender al personaje. Es, sobre todo, un dirigente político con “profundas convicciones”, que se ha "endurecido" y "madurado" en el exilio –se reafirma su entorno– y que tiene las dotes del liderazgo carismático que teorizó Max Weber: tiene la capacidad de generar entusiasmo, sus seguidores le atribuyen condiciones superiores al resto y tiende a creer más en sí mismo que en su organización, que puede entrar en colapso sin su figura –subraya un ex compañero de filas–. Una definición que encaja con Puigdemont, pero también con Jordi Pujol, uno de los referentes del expresidente junto a Václav Havel, Nelson Mandela y Winston Churchill.
Los inicios en política
Puigdemont es independentista desde que tiene conciencia política, pero decidió hacerse de CDC en los años 80 cautivado por Pujol. "Piensas como la CUP, pareces de ERC pero eres de CDC”, le espetó una vez un dirigente en el Parlament. Porque Puigdemont puede hacerlo todo a la vez: defender la vigencia del 1-O, pero pactar la investidura de Pedro Sánchez. Ser convergente y hacer cosas que le parecen bien a uno cupero -el referéndum-. Un carácter poliédrico que se refleja en Junts, cuya identidad depende sobre todo de él. Una forma de hacer que a menudo ha levantado polvareda en el partido, de la que es el líder de facto sin ningún cargo orgánico.
En CDC, Puigdemont nunca participó en las capillas internas porque es un verso libre y se forja el equipo por donde pasa. Estrecha vínculos en función de la época. En la presidencia se hizo suyo el personal de Artur Mas. Durante el 1-O, su mano derecha fue Jordi Sánchez. En el exilio Josep Rius, Elsa Artadi y Albert Batet –con quienes ya compartía amistad de la época de alcalde y diputado–, y más tarde Toni Comín, Josep Lluís Alay, y, sobre todo, Gonzalo Boye, la pieza clave para que se haya forjado como el liderazgo más irredente con las victorias jurídicas en el exilio.
Y es que su verdadero entorno político es el mismo que el personal, que no tiene cargos ni de partido ni institucionales, pero que contribuye a dar trascendencia a su figura y en su momento a la presidencia de la Generalitat, porque se la cree. Lo ejemplifica un episodio de enero del 2018, antes del primer viaje que hizo Puigdemont a Dinamarca, justo después del exilio y de ser destituido por el 155. En medio de las dudas de la familia y amigos por una detención, Jami Matamala saldó el debate: "El presidente, antes que marido, padre o amigo, es presidente". Puigdemont fue al día siguiente en Copenhague. No es inocuo que siempre sea Matamala quien le flanquea en los mítines, la persona que siempre avanza a su lado hasta llegar al escenario.
El accidente
Muchos coinciden en que Puigdemont es un hombre "serio" y "terco", pero si tuviera que definirse por sus aficiones, exuda calma y bohemia: la música –la guitarra y la armónica– y, sobre todo, leer. Cocinar es la forma de evadirse y si hay algo que demuestra su meticulosidad es que no toma café sin calentar la taza antes. También es familiar y celoso de su intimidad, como lo ha demostrado estos años intentando dejar fuera del foco a su pareja, Marcela Topor, ya sus hijas. Siempre ha destacado la parte más política del exilio. Sin embargo, nadie esconde que lo más duro ha sido perder a su padre (2019) ya su madre (justo en esta campaña) sin haber podido cruzar la frontera para despedirles.
Siendo el segundo de ocho hermanos, pasó la infancia en el internado de Santa María del Collell (Girona), creció sin los referentes de los padres cerca. De ahí –y de su casa– se llevó la fe cristiana. Tras trabajar en la pastelería de la familia en Amer, empezó en el diario El Punt mientras estudiaba filología catalana y, de las idas y venidas en coche a Girona, tiene una cicatriz en la cara que le cambió la vida: se empotró contra un trailer que huyó y el coche quedó descapotado. Un choque que le hubiera podido costar aún más caro a él si no hubiera conducido medio estirado, con el asiento atrás, como explica el periodista Carles Porta a El amigo presidente (2016). No sólo fueron físicas sus consecuencias. Para pagar un nuevo coche tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar a jornada completa. Llegaría a ser redactor jefe del diario y fundador de la Agència Catalana de Notícies. “Es un tío con suerte”, opina, sin embargo, su amigo Miquel Casals, que le define como una persona culta y con la curiosidad innata del periodista por la historia. No en vano, constata otra fuente, se lo ha aprendido todo de los lugares donde ha vivido por el exilio.
Quiere una segunda oportunidad
Puigdemont decidió en quince minutos si cogía la presidencia de la Generalitat en el 2016. Dijo que sí a Mas, pero ni él había ideado la hoja de ruta de Junts pel Sí —que preveía una DUI en 18 meses— ni tampoco va elegir a sus consejeros. Llegó al Palau con las cartas marcadas, "encorsetado". Ahora quiere una segunda oportunidad con una candidatura que ha pensado él: ha decidido el mensaje, la gente que le acompaña y el programa de gobierno. Quiere una segunda oportunidad para volver a la presidencia y demostrar a la ciudadanía que puede volver a conocer al candidato que todo el mundo da por conocido.