¿Es de imbéciles estar hablando de las gafas de Pedro Sánchez?
Hay un proverbio chino atribuido a Confucio que dice: "Cuando el sabio señala la luna, el imbécil se queda mirando el dedo." Y si alguna vez hubiera un caso que ilustrara a la perfección este dicho, es el de las gafas de Pedro Sánchez. Un detalle aparentemente baladí que ha captado más atención que el propio acto político al que pertenece. La "luna", en este caso, sería la comparecencia del presidente del Gobierno: una intervención de la que apenas hemos aprendido nada, en una comisión que parece más un escaparate para que cada partido rasque votos con discursos vacíos con aires de tuit. Entre declaraciones evasivas y gestos estudiados, lo que realmente ha quedado grabado en la retina de muchos es un accesorio: sus gafas. ¿Quién habría dicho que un par de marcos podría eclipsar a la política?
Lo innegable es que la estética de Sánchez, pese a su discreción habitual, suele ser impecable y cuenta con asesoramiento de primera. ¿Y lo mejor? Desprende modernidad y actualidad como si nada, sin que parezca que haya habido esfuerzo calculado. Esto le pone un paso por delante de su oponente, Alberto Núñez Feijóo, que tuvo que dar un "reset estético" para desempolvar una imagen conservadora y algo naftalínica sacándose las gafas. ¿El resultado? Más burlas que admiración: el público no perdona cuando un intento de mejorar la imagen se nota demasiado. Sánchez, en cambio, ha dado un golpe de efecto aceptando la presbicia que viene con los años sin perder ni de gota de moderno quitarse unas gafas.
Ante el revuelo que ayer causaron sus gafas, a las 20.40 h Sánchez hizo una publicación titulada "LO DE LAS HUELGAS" y enlazó un post del establecimiento madrileño Gafas Vintage, en el que aclaraba: "Son unas Dior Monsieur vintage que le vendimos hace unos 5 años. El precio de la montura ronda los 250 € y, a juzgar por las imágenes, las gafas se mantienen como nuevas. Por eso todos los medios de comunicación se han creído que los estrena hoy." Lo que queda claro es que los empresarios ya saben cómo no perder pistonada en estos bocadillos mediáticos, como con la grúa del Louvre y ahora con este establecimiento de gafas.
Unas gafas retro, de montura cuadrada y bastante grande, que vuelven a poner de moda el estilo de los años 70. Lejos de las redondas y finas vinculadas tradicionalmente a intelectuales, estas gafas llaman autoridad, dominio y presencia. No es extraño que las viéramos en actores como Telly Savalas en Kojak, un detective duro e intimidante, o en jefes de la mafia en El Padrino, donde cada mirada detrás de los cristales oscuros transmiten quien manda. Mientras tanto, Richard Gere en American Gigolo las empleaba para reforzar su poder sexual. Durante los 70, Halston popularizó estas gafas entre la Jet Set de Studio 54, convirtiéndolas en un accesorio de lujo vinculado al hedonismo, el glamour. En los 90, Tom Ford refuerza este mismo estilo, acentuando la autoridad y el atractivo del seductor de discoteca de alto standing. Y hoy, junto a Pedro Sánchez, esa estética retro de poder y seducción vuelve a la política, demostrando que unas gafas pueden hablar más que muchos discursos.
Lo que Sánchez nos ha dejado claro en sus más de siete años como presidente es que nada de lo que le rodea es fruto de la improvisación. Sorprende que unas gafas de presbicia hechas hace cinco años no hayan aparecido hasta ahora y que, además, le sigan sirviendo perfectamente cuando justamente por edad está en el momento de máxima progresión de ese defecto ocular. Todo apunta a que estamos ante uno de sus clásicos juegos de trilero, una maniobra para desviar la atención. Y de ahí la relevancia del proverbio chino: no nos dejemos engañar mirando el dedo cuando la luna es la corrupción estructural que caracteriza a nuestra clase política.