La legislatura española

El PP en un parque de atracciones

Pedro Sánchez, en la sesión de control del Congreso
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MadridComo no puede haber día sin bronca, ahora el PP ha llevado a la política española a centrarse en la situación de Venezuela y el traslado a España de Edmundo González, supuesto ganador de las recientes elecciones en ese país, para intentar desgastar el gobierno de Pedro Sánchez, visto que la oposición no tiene suficiente con el modelo singular de financiación de Catalunya. Pero, antes de analizar con algo de detalle esta polémica, me parece interesante fijarnos en hasta qué punto en el terreno político tan importante es lo que se hace como cuándo y cómo se hace. Me refiero al control del calendario, a la capacidad de elegir en qué momento es necesario pisar el acelerador y en qué circunstancia es necesario accionar el freno.

Lo digo porque, si los socialistas están consiguiendo capear y sacar adelante esta legislatura, es por su dominio del escenario, por la relativa facilidad con la que administran la sucesión de los episodios y por la astucia con la que distraen al personal, sea ​​por ganar tiempo o porque no fijamos la atención en lo que no les interesa. La consecuencia de esta habilidad es tener un primer partido de la oposición bien mareado y empeñado en clavar las uñas más allá de la última capa de piel del gobierno. Pero el hecho es que los arañazos de Feijóo, Tellado, Gamarra, González Pons y compañía no logran provocar heridas profundas. El caso de la controversia sobre lo que toleró o no el gobierno español por llevar a Edmundo González a Madrid es un ejemplo.

La oposición ha querido hacer una montaña de un asunto del que difícilmente sacará un gran rédito. Sánchez, en cambio, ha comenzado una suerte de jornadas de puertas abiertas en la Moncloa, por donde han pasado ya los primeros presidentes autonómicos, con un buen resultado. Los varones del PP se apuntaron a la visita al presidente, sin hacer caso al llamamiento de Isabel Díaz Ayuso, que había defendido boicotear la convocatoria de Sánchez. Pero quizá lo relevante es que el lendakari vasco, Imanol Pradales, salió del encuentro reiterando el compromiso del PNV con la estabilidad.

Los presupuestos, la gran batalla

La declaración de Pradales acerca la posibilidad de aprobar los presupuestos de 2025, aunque no será fácil. En buena lógica, ERC debería apoyarlo, y Junts no sacará nada positivo de impedir el acuerdo. Para el líder socialista es interesante dar una imagen de voluntad ecuménica y de afán de escuchar a todos. Sánchez compensa así un poco el resbalón que hizo cuando dijo estar dispuesto a seguir gobernando sin el Parlamento, donde el gobierno acaba de enviar un proyecto de regeneración que, en realidad, no hace falta. No es necesario porque, para obtener los mismos objetivos de control de las subvenciones públicas en los medios de comunicación, por ejemplo, bastaría con la directiva europea ya aprobada en Bruselas y una auténtica voluntad de transparencia de las administraciones.

Mientras tanto se ha vuelto a comprobar la gran dificultad que tiene la oposición para desgastar significativamente al gobierno. A veces me imagino a los líderes populares en un parque de atracciones. Los veo parados en una casita de tiro al blanco, provistos de una escopeta de aire comprimido y perdigones. Ponen cara seria, se miran el uno al otro, cargan los balines, cogen aire, cierran un ojo, apuntan, crispan el dedo sobre el gatillo, se deciden y disparan, y se siente el rasgado de la diana de cartón . Pero, cuando levantan la cabeza, miran adelante y recuperan la visión panorámica, comprueban que han agujereado lejos del objetivo, en la periferia de los círculos concéntricos, y una vez más deben marcharse de la feria sin el oso de peluche o la cajita de caramelos. Y es que el PP ya pone interés en acertar, pero la situación general de la feria de la política no les da para más. Se esfuerzan en morder y no se rompen los dientes ni las muelas, pero tampoco atrapan a la presa. El mérito, o la suerte, de Pedro Sánchez, es que como siempre corre en zigzag, cambiando el decorado cada vez que le conviene, no logran atraparlo, ni derribarlo en una trampa.

Si la política es como jugar a adivinar en qué lugar de su hoja ha dibujado el rival sus barcos, resulta que el líder socialista gana siempre –hasta ahora, y ya veremos hasta cuándo– porque los pinta y los borra a placer , lo que les hace ilocalizables e imposibles de hundir. Si convierto mi feria de ficción en una pesadilla de Feijóo, la figura del líder popular aparece buscando setas tras fallar sus disparos en la caseta del "pruebe su puntería". Ahora el buscador de setas imaginario remueve con un palo la hierba bajo los pinos, en la sierra de Guadarrama, esperando toparse con un níscalo gigante ya condimentado, rodeado de ajo y perejil, listo para ir al plato; un sueño que no llega. Pero de repente se le acerca un competidor, Sánchez, que lleva una cesta tapada, para mantener la incógnita sobre su cosecha, y empieza a reírse en su cara, diciéndole: "¿Pero dónde vas, hombre? ¿Dónde vas con esa expresión de manzanas agrias? Abandona esa actitud y colabora. Sí, ayuda a guardar el bosque, que es de todos, y no vengas sólo a intentar arrasarlo ya sacar provecho para ti solo".

De hecho, una situación similar a esta descripción metafórica es la que vivió Feijóo en la última sesión de control en el Congreso de los Diputados. Una vez más, Sánchez se le escapó vivo, diciéndole que dejara de hacer política con vinagre. La vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, rió satisfecha, viendo cómo su cabeza de pandilla derramaba aceite tibio –no hirviendo– sobre la nuca del asaltante y le obligaba a volver chamuscado al pie de la muralla. Y lo más sorprendente es que la primera fila parlamentaria del PP, Feijóo incluido, también se reía ante el consejo de Sánchez, como si no diera crédito a la facilidad con la que al líder socialista le resbalan las críticas más severas.

Un ejemplo: la acusación dirigida al gobierno de haber actuado como aliado de una dictadura, en relación con Venezuela, y la gestión de la venida a España de Edmundo González, reconocido el mismo día por el Parlamento Europeo como presidente legítimo de su país. Aunque la bofetada más sonora al PP la dio el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, cuando les reprochó que hablen tanto dictadura en Venezuela mientras los populares aún no han condenado el franquismo.

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