Rabindranath Tagore y la política española

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Alberto Núñez Feijóo, durante el debate sobre la ley de amnistía en el Congreso.

MadridLa legislatura ha arrancado ya con velocidad de vértigo y se desarrolla en muchos escenarios. Todos, sin embargo, confluyen en uno que, por el momento, es el principal. Se trata de las relaciones entre el PSOE y el gobierno, por un lado, y el PP, por otro. El convencimiento del líder popular, Alberto Núñez Feijóo, que ganó las elecciones y le han quitado el puesto que le correspondía, ha hecho muy difícil que se reanude una relación mínimamente normalizada entre su partido y el socialista. Con este trasfondo, el conflicto político entre los dos partidos que se han ido alternando en el gobierno de España durante la mayor parte de la actual era democrática lo contamina todo. El resultado es una cierta parálisis en la búsqueda de soluciones para problemas que, como los de la justicia, deberían haberse resuelto con urgencia desde hace años y que continuarán aparcados indefinidamente.

Mientras, el trabajo de Pedro Sánchez –al menos la más visible– consiste en dedicar mucho tiempo a justificar sus pactos y afrontar las consecuencias de sus concesiones –ahora también ante el Parlamento Europeo–. Y la de Alberto Núñez Feijóo consiste en intentar desgastar al adversario en todas partes, sin concesiones. No es de extrañar, en este contexto, que la todavía vicepresidenta económica del gobierno español, Nadia Calviño, haya puesto toda la energía en conseguir la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Estoy convencido de que en esta decisión no ha influido sólo la importancia del cargo, sino también el gozo de librarse del clima interno del país. Calviño es muy distinto a su padre, José María, que fue director general de RTVE. El ente público era muy progubernamental y la oposición decía de todo a Calviño padre en la comisión parlamentaria correspondiente. Él hacía como si le resbalara todo y en una ocasión respondió a quien le interpelaba que no se molestara en tratar de provocarle: “No me encontrará”. Y añadió, muy irónicamente: “He leído a Rabindranath Tagore y, como el poeta bengalí, prefiero ser como el sándalo, que perfuma la espada que lo corta”.

El espíritu de Tagore está claro que no domina la escena política española y Nadia Calviño también ha preferido –sin tantas ironías como su padre– hacer como el sándalo y salir de la locura que nos rodea. Lo positivo de su carácter es que siempre se las ha ingeniado para responder con razones y sin exaltarse –en el Parlamento y en los medios de comunicación–, en un momento en el que más cotiza la navaja afilada. Se ha liberado de Yolanda Díaz y su entusiasmo y de una oposición amargada que lleva tan mal el puesto que ocupa en el tablero de la política, comprimido entre un Vox excitado y radical y un PSOE camaleónico, capaz de decir algo y hacer la contraria sin sonrojarse. Deberíamos felicitar a Nadia por el cargo obtenido y por haber sido capaz de aguantar el temporal de los últimos años sin perder ni la rumba ni la sonrisa.

De Pamplona a Estrasburgo, lo que domina la escena política española, en cambio, es muy diferente a la poesía reflexiva de Tagore. En ocasiones, el tono dominante se queda en un interludio más lírico, como le ocurrió a Feijóo cuando la proposición de ley de amnistía se sometió al primer debate, el de la toma en consideración en el Congreso. El líder popular quiso dejar una frase para la historia y dijo lo que la sesión que se estaba viviendo en el Congreso era “la más triste y la más decadente” desde el 23-F. Por un momento no pude reprimir un sentimiento de lástima para acompañar a la angustia vital del orador. Y es que me recordó algunos de los pasajes de Neruda, lo de “puedo escribir los versos más tristes esta noche”, seguido de otro aún más compungido, cuando constataba para explicar su estado de ánimo que “es tan corto l amor y es tan largo el olvido”.

Crispación

Para Feijóo el resultado electoral sí fue corto, pese a ser el PP el partido más votado, y por ahora parece que va a ser largo el tiempo que tendrá que pasar antes de que tenga otra oportunidad de conquistar el Palacio de la Moncloa. Otros actores políticos, como Javier Esparza, líder de la Unión del Pueblo Navarro (UPN) o Míriam Nogueras, la portavoz de Junts, están en cambio muy lejos de cualquier tentación de aliento poético en sus intervenciones. Nogueras interpreta la versión femenina en el papel tópico del catalán cabreado cuando sube a la tribuna de oradores. Sin duda, en la gran obra teatral a la que estamos asistiendo no es el personaje más agradecido. Y tiene contrapartidas muy desagradables. Recuerdo algunas imágenes de su llegada al aeropuerto de Ginebra, donde algunas personas le dijeron de todo.

Pero ella también utiliza los adjetivos como pedradas. Lo hizo para calificar de “personas indecentes que deberían ser cesadas y juzgadas” a los magistrados más significados que intervinieron en la causa penal del Proceso. La reacción en el mundo judicial ya se ha visto: ha consistido en cerrar filas por encima de las diferencias ideológicas, que entre los jueces también están muy marcadas. Un movimiento parecido se produjo cuando los fiscales de ese mismo sumario pidieron anticipadamente amparo al fiscal general, que acabó diciendo públicamente que les apoyaría si sus funciones se vieran “perturbadas”.

Esta dinámica de acción-reacción tiene importancia ahora que se habla de una posible entrevista entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, que ya se vieron de cerca el miércoles en el Parlamento Europeo. Tanto si acaban teniendo una entrevista como si no, seguro que el gobierno español hará llegar el mensaje que quisiera que desde Junts no se pongan más bastones en las ruedas, sobre todo si su efecto debe ser dificultar la aplicación de la ley de amnistía. El ministro Bolaños ha tenido que hacer de bombero con los jueces, mientras que Puigdemont ya advirtió a Sánchez desde Estrasburgo de que “las oportunidades deben aprovecharse cuando pasan” y que “si se dejan pasar por miedo o por incapacidad, las consecuencias nunca son agradables”. Sánchez puso cara de circunstancias. Pero las advertencias en política siempre suponen riesgos, también para quienes las arrojan. Recordemos otro verso de Rabindranath Tagore, el que decía: “Convierta un árbol en leña y podrá quemar para vosotros; pero ya no producirá flores ni frutos”.

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