Déjame decirte

Sánchez, Junts y el juego de la zanahoria

El presidente español, Pedro Sánchez, conversando con la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, en el Congreso.
09/08/2025
5 min

MadridTal día cumplirá un año. Es lo que suele decirse cuando, por ejemplo, ha pasado algo que puede tener consecuencias importantes pero que, al fin y al cabo, parece que se podrá superar. Ahora ha hecho un año de la sesión constitutiva del Parlamento y de la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, unas jornadas durante las cuales también fue noticia, y muy controvertida, la aparición –y desaparición– del líder de Junts, Carles Puigdemont, junto al Arc del Triomf, para hacer un acto de presencia de testimonio y de un discurso político de presencia para intentar evitar su fuga y su regreso a Waterloo. El tiempo que ha pasado ha permitido comprobar que el edificio se sostiene, que la legislatura estatal sigue cargada de tensiones y de incógnitas, pero de momento sin amenaza inminente de ruina.

Los rumores sobre posibles nuevas revelaciones judiciales que serían demoledoras son constantes. Sin embargo, si hay cargas explosivas colocadas en los cimientos de la sede del PSOE, en la calle Ferraz de Madrid, de momento no han estallado. Por otro lado, en Cataluña se ha abierto un nuevo tiempo político, que aunque se quisiera de plena normalización, tiene el inconveniente del largo vía crucis de la ley de amnistía y su plena aplicación. El presidente de la Generalitat lo decía muy claro la semana pasada en las páginas del ARA. Sobre si le gustaría tener a Puigdemont sentado como jefe de la oposición en el Parlament, Isla respondió: "Me gustaría que pudiera hacer lo que él considerase oportuno". En la misma línea, un año antes había afirmado desde el atril del Parlamento que deseaba una aplicación de la ley de amnistía -es decir, del perdón a los líderes del Proceso- "sin subterfugios".

Un año más tarde comprobamos, por tanto, que la política –incluyendo en esta palabra el funcionamiento de las instituciones en su conjunto– a veces avanza con una lentitud extraordinaria, sobre todo cuando se trata de dar por cerradas situaciones que han podido ser traumáticas o que se han podido vivir como tales. Podríamos pensar que es cuestión del destino, que el país es así, y que, por tanto, hay que habituarse a los procesos que discurren en forma de círculos concéntricos, y que parece que no acaban de llegar nunca a una meta clara. El mandato iniciado por Pedro Sánchez tras las elecciones del 2023 se asemeja mucho a esta descripción. Qué más quisiera él que tener una mayoría parlamentaria suficiente para adquirir compromisos sin riesgo de incumplimientos o renuncias. La situación, en cambio, es que nunca ha tenido las manos lo suficientemente libres para llevar a buen puerto, con seguridad, los acuerdos alcanzados para hacer posible su investidura y, más tarde, para proporcionar solidez y agilidad a la gestión de su gobierno. Toda la problemática relativa a la dificultad de acceso a la vivienda oa la política relacionada con la inmigración, por ejemplo, tiene mucho que ver con lo que digo.

Así es como ahora están en un cruce decisivo. No sólo se trata de la cuestión de los presupuestos del Estado para 2026. Sánchez ha dicho que los presentará y ya veremos con qué fuerza y capacidad de decisión. Pero lo importante es ver qué estrategias seguirán los partidos que hasta ahora han sido sus principales aliados. Quiero referirme especialmente a Junts, y brevemente a Podemos, porque parece que son los que más se pueden resistir a facilitar los próximos pasos del gobierno. El asunto tiene especial relevancia en el caso de Junts, y no porque sus siete diputados sean varios más que los cuatro de Podemos. El problema con Junts tiene que ver con lo que explicábamos al principio. Los de Puigdemont siguen pensando que han obtenido buenas palabras y promesas, pero pocos avances y concesiones reales, y estamos en un punto en el que ya no encuentran suficiente estimulante que se les pida colaboración para dificultar la llegada al gobierno del PP y Vox. No exagero si digo que la caída del ya ex secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, ha venido a complicar las cosas.

Las prisas de Juntos

Cerdán ha sido el principal interlocutor con Junts, y aunque Sánchez ya ha tomado decisiones sobre su sustitución para mantener el diálogo con los junteros, estas relaciones no van bien, no están en buen punto. Los de Puigdemont dan a la cuestión de la amnistía una importancia crucial, pero ya le han hecho llegar a Sánchez el mensaje de que gastarán todo el aliento que sea necesario para conseguir ese objetivo. La sensación dominante en la cúpula de Junts es que se ha jugado mucho con el calendario. Que lo han hecho los jueces –impidiendo o retrasando la aplicación de la ley de amnistía en los casos en que también existe delito de malversación–, y que lo ha hecho el gobierno, mostrándose incapaz de garantizar el respeto a una norma aprobada por el Parlamento. Este punto es delicado, porque no parece realista pensar que Moncloa tiene la llave de todas las puertas. Esto no ocurre ni con mayoría absoluta, y menos con un Congreso tan dividido. Piense en la situación de enfrentamientos que vive la Fiscalía o las tensiones que ha soportado el Constitucional por haber avalado la ley de amnistía. O también en las luchas por el poder en el Supremo, en el que cada procedimiento con carga política tiene un precio para los magistrados que dictan la correspondiente sentencia o presentan un voto discrepante.

Juntos conoce estos problemas, pero quiere resultados. El resultado de los recursos de amparo de los líderes del Proceso será, este otoño, una nueva prueba para los librios entre el PSOE y los independentistas. Los de Puigdemont han dicho a los socialistas que no perseguirán a la amnistía como una zanahoria y que no esperen tenerlos al lado durante lo que queda de legislatura. El expresidente Zapatero ya ha colaborado decisivamente para salvar in extremis algunos momentos de crisis en esa relación. Y ya que hemos dicho que también nos referiríamos a Podemos, sepa que Cerdán se había comprometido a hablar con Irene Montero y compañía para mejorar el ambiente entre Podemos y Junts, sobre todo en lo que se refiere a la cuestión de la inmigración, dado que los primeros acusan a los segundos de racistas y xenófobos. Este episodio demuestra que Junts debería cargar pilas y dedicar más esfuerzos al frente de Madrid. Con Rufián pidiendo unidad a la izquierda y los de Podemos alegrándose de las modestas expectativas de Sumar, y el PP y Vox pidiendo elecciones todos los días, el panorama del otoño se presenta de una virulencia política inevitable.

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