Feijoo y Alfonso Rueda, hoy en la reunión directiva del partido, hoy en Madrid
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MadridHabitualmente tenemos entendido que la democracia funciona por ciclos. Un rato arriba, un rato abajo. Pero la norma parece que se está rompiendo últimamente, y los movimientos electorales toman tendencias de apariencia innovadora. Pasamos, en definitiva, por una fase de democracia titubeante, lo que hace los cambios particularmente impredecibles. Lo demuestran los resultados de las últimas confrontaciones. El 28 de mayo del pasado año el PP recogió una buena cosecha y prácticamente todo el mundo creyó que Pedro Sánchez tenía los días contados en la Moncloa.

Sin embargo, llegó el 23-J y el panorama que quedó fue el de un PSOE en minoría pero convencido desde la noche electoral de que podría alcanzar unos acuerdos suficientes para iniciar una nueva legislatura. El PP, escaldado, después no quiso arriesgarse a terminar el mandato en Galicia, y convocó las autonómicas anticipadamente, en una jugada que tenía sus riesgos. Las encuestas detectaban un Bloque Nacionalista Gallego (BNG) al alza, quizás capaz de sumar con el Partido Socialista de Galicia (PSdG). De lo que se trataba era de impedir que creciera esta expectativa, y a Feijóo y el PP les ha salido muy bien la jugada, pese a la pérdida de dos diputados. La pregunta ahora es cuál será el nuevo paso electoral cuando se vote en las europeas, en junio. ¿Volverá a funcionar el columpio?

Ya ha habido varias veces en las que creemos que la aparición de nuevas fuerzas políticas, o los fenómenos coyunturales, han venido para quedarse. Ciudadanos había puesto en peligro al PP. Podemos podía amenazar la preponderancia del PSOE en el ámbito de la izquierda. Y Vox podía convertirse en un lastre insoportable para el PP. Los resultados de Galicia harán que los partidos tengan que repensar su estrategia en función de la evolución del mapa político, que más que de forma lineal avanza en zigzag. Ayer la cotización de las camisetas con la leyenda de "Perro Sanxe" ya se cotizaban a la baja.

Y no falta quien celebra la subida del BNG como la prueba de que el nacionalismo gallego reforzará definitivamente las filas del mismo ámbito en Catalunya y País Vasco. Pero cuidado. Los resultados de Galicia no han favorecido precisamente la teoría de la España de las izquierdas plurinacionales. Este episodio de la marcha que lleva la democracia vacilante ha supuesto una apuesta conservadora. Para el PP, que ha pasado por una campaña de angustias, ha sido un gran éxito. Que Junts se lo piense bien, no sea que el PSOE tenga la tentación de desprenderse de las muletas más pesadas.

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