Menores tutelados: qué falla para que sean víctimas fáciles para los depredadores sexuales

Expertos, profesionales y jóvenes señalan que la precarización del sistema de la DGAIA falla a la hora de proteger a las criaturas de los centros

Menores tuteladas hablan abiertamente de la explotación sexual.
7 min

Barcelona"Al final yo también entré en el coche, me dejé morrear y el hombre me dio tabaco". Quien lo explica es una joven de 20 años que durante buena parte de su infancia estuvo tutelada por la Dirección General de Atención a la Infancia y Adolescencia (DGAIA). Nunca se lo dijo a nadie. La chica, que quiere mantener el anonimato, vivió en tres centros distintos, los llamados CRAE, donde convivía con más menores que, por distintas razones, también fueron separados de su familia.

A ella no le ha sorprendido nada el caso de la niña de 12 años que residía en un centro de la DGAIA en guarda administrativa (la custodia la mantenían los progenitores) y que entre 2020 y 2021 fue violada y explotada sexualmente por una red de pederastia. Dice que las relaciones sexuales con hombres adultos a cambio de regalos o dinero son el pan de cada día. "Son situaciones que ocurren muchísimo, porque muchas son niñas que han sufrido abusos y no son conscientes de lo que hacen", afirma.

Profesionales y entidades corroboran que, desgraciadamente, éste no es un caso excepcional y confían en que sirva para hacer fuego nuevo de una entidad que a lo largo de los años ha sufrido varias crisis de reputación. En el caso de esta última, que también coincide con las investigaciones abiertas a la Sindicatura de Cuentas y la Oficina Antifraude por la financiación, la consejera Mònica Martínez Bravo avanzó que su equipo llegará hasta el final para saber qué falló para que una menor protegida quedara expuesta a la depravación y violencia de adultos, y incidió en la necesidad de iniciar "reformas profundas" en la entidad.

Para la catedrática de la UB Noemí Pereda, del Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA) y que ha asesorado a la DGAIA y otras entidades homólogas de diversas comunidades autónomas, el problema principal viene de la base de que no se trabaja –y, por tanto, no se trabaja– y, por tanto, no se trabaja los hijos menores. Es decir, es necesario que los servicios sociales intervengan para "ayudar" a los progenitores, con acompañamiento y seguimiento para evitar las retiradas de custodia y los ingresos a los CRAE. "Hay demasiadas retiradas y demasiado tarde", asegura.

El origen: las retiradas de custodia

En este punto, una trabajadora social de un equipo de atención a la infancia y la adolescencia –estos equipos dependen de ayuntamientos y consejos comarcales– admite al ARA que las profesionales se sienten "sobrepasadas" por un exceso de casos que cada vez presentan más complejidad, lo que hace difícil abordar caso por caso de forma correcta. Así, la situación dentro de aquella casa degenera "hasta que todo estalla" y sólo existe la solución de separar a los menores.

En una respuesta parlamentaria reciente, la consellera afirmó que hay 4.410 menores "bajo el radar" de la DGAIA. Esto significa que se está trabajando con las familias para mejorar conductas y hábitos. Es en este grupo donde la síndica de agravios, Esther Giménez-Salinas, incide en la importancia de promover la "prevención" para dejar la decisión de retirar custodias "sólo para casos muy graves", en los que hay maltrato o abusos. "Una separación es traumática para los niños y debería ser el último recurso", afirma, e insiste en esta línea de trabajo en cuanto se detectan "negligencias", como la ausencia escolar.

La realidad, sin embargo, es que en los últimos años el número de menores institucionalizados no ha parado de crecer hasta superar ya más de la mitad de los 9.000 que tienen una medida de protección. Y, según un informe del Síndic de 2023, sólo el 19% de las criaturas tuteladas acaban volviendo con su familia. "Debemos pasar de separar para proteger a prevenir para proteger", insiste la síndica.

La R. utiliza "trauma" y "choque" para definir el sentimiento de entrar en un centro. En su caso, la primera vez fue a los ocho años y permaneció allí hasta la mayoría de edad. "Nadie te cuenta nada y no sabes por qué estás allí y, aunque te hayan hostiado en casa, te lleva un tiempo hacerte a la idea y distinguir el bien y el mal", reflexiona. Tiene 23 años y cree que tiene la vida bien encauzada. Sin referentes familiares cerca, y pese a que "los educadores hacen lo que pueden", el centro "no es una familia". "Las niñas de allí somos rebeldes, tenemos más facilidades para juntarnos con malas compañías porque hemos visto el lado oscuro de la vida y hemos normalizado muchas cosas, como el sexo –se explaya–. En mi centro, dos chicas le dijeron a otra que las acompañara a hacer una mamada a cambio de 50 euros", continúa.

A ella también le encaja el relato de la víctima de pederastia porque recuerda como amigas de su CRAE las rondaban hombres que las llenaban de dinero, regalos o unas horas de recreo, sin tener conciencia de que, en realidad, eran víctimas de una agresión sexual. "Las chicas te decían que no pasaba nada, que eran sólo cinco minutos y que no sentían nada", afirma. A cambio volvían al centro con ropa, dinero, un móvil o drogas después de pasar la tarde o unas horas con algún hombre, que en algunos casos podía ser ya no padre sino abuelo. Estos regalos se convertían en el gran reclamo para "captar" a más chicas en un circuito perverso y dramático. "Hay prostitución, claro, y también abusos entre iguales, entre los niños", afirma R.

A los centros llegan criaturas con una mochila personal llena de traumas, desatenciones, violencias y carencias afectivas que buscan "afecto, alguien que les dedique un tiempo", explica un educador de un centro gestionado por una entidad del tercer sector, que asume que aunque se les dice que "tengan cuidados, no siempre se puede proteger a los nois. Pereda indica que estos adultos saben encontrar las rendijas de inseguridad del sistema y con mentiras y engaños consiguen el "secuestro emocional" de estas víctimas fáciles.

Una de las grandes dificultades para hacer una barrera entre agresores y criaturas es, según Pereda y Giménez-Salinas, la poca formación para detectar explotación sexual y situaciones graves que reciben los educadores sociales. En el diagnóstico coincide el vicepresidente del colegio profesional CEESC, Albert Font-Tarrés, quien habla de cómo la externalización del servicio a entidades y fundaciones privadas supone "precarización" en las plantillas, no sólo a escala salarial sino también de condiciones laborales. Hay una gran cantidad de personal de baja, mucha rotación e incluso abandono de la profesión, lo que lleva a tener que contratar por bastantes profesionales que "quizás no tienen la cualificación requerida". Los educadores explican que es raro que en un turno esté toda la plantilla al completo.

Dificultad para crear vínculos

De eso también se dan cuenta los menores tutelados, que no encuentran a un educador que les haga un seguimiento, una suerte de guía a quien confiar una preocupación o una inquietud. "Hace lo que pueden, pero muchos son muy jóvenes y no han vivido la mitad de lo que hemos vivido nosotros, así que con nosotros no lo tienen fácil", admite una de las chicas. Para la síndica es vital crear estos "vínculos" y sostiene que ésta es una de las patas en las que se debe trabajar si se quiere enderezar el sistema. "Nadie explica nada, es fácil asumir que has tenido sexo a cambio de unos zapatos", explica una de las testigos que ha querido hablar con el ARA. Y a las preguntas de los profesionales se responde con "mentiras".

Ante un mal comportamiento, como volver más tarde de la hora marcada, se responde con castigos similares a los de una familia: prohibición de salir, retirada de móvil o comida con los pequeños. En caso de fuga, las medidas se acentúan y al cabo de pocas horas los educadores avisan a los Mossos d'Esquadra. Ahora bien, Font-Tarrés también hace valer el compromiso de los educadores que detectan comportamientos extraños y lo elevan a las direcciones de los centros. A partir de ahí, como en el caso de la niña explotada sexualmente, se pregunta "qué ha hecho la DGAIA desde entonces".

Pereda presidió la comisión de expertos creada por el Consell de Mallorca para investigar la red de explotación sexual de menores tuteladas destapada en 2019. Desde la experiencia también en el estudio de otros sistemas de protección a la infancia, se aventura a asegurar que el caso de la chica violada durante dos años en Cataluña no es algo aislado, porque ha habido casos en Reino Unido, Andalucía, Baleares y La Rioja. Cita los datos de Cantabria, en los que el 20% de los menores tutelados admiten haber practicado sexo en el último año a cambio de regalos de un adulto. Esta es la única comunidad que le facilitó los datos para elaborar un informe y destaca por tener una red de centros pequeños, con ratios más pequeñas y un mayor control que los que hay en Catalunya.

La experta sostiene que la DGAIA ha "ignorado" el instrumento gratuito EDRS, que facilita a los educadores valorar los riesgos de explotación en el caso de fuga de los menores. Tampoco se ha llegado a implementar la figura del delegado de protección de violencia que en el 2016 el organismo dijo que adoptaría para recoger las quejas, denuncias e inquietudes de las criaturas desde el propio centro. Y si bien todo el mundo coincide en que los CRAE no están al margen de las agresiones sexuales y los abusos contra los menores que se cometen en la sociedad, Giménez-Salinas recuerda que se está abusando de criaturas que fueron separadas de su familia para protegerlas, algo que en este caso no se ha hecho.

Pereda enmarca la violencia sexual entre estos menores dentro del blanqueo social de la prostitución y explotación sexual y reprocha que a los agresores se les llame sugar de addías y aparezcan en series juveniles sin ninguna crítica ni reproche. Y, en este punto, apunta que los pederastas y las redes de explotación van muy por delante de los profesionales y la ciudadanía a la hora de "captar con engaños y manipulaciones" a las chicas que cargan traumas y baja autoestima y están deseosas de encontrar respuesta a necesidades básicas que el sistema no atiende. "La única forma que tenemos de romper el vínculo traumático con el explotador es devolver la confianza en un referente adulto", apunta Pereda. Una de las menores tuteladas explica que una de las compañeras del centro ejerce la prostitución en el extranjero, salida que no es "inusual", según fuentes del sector.

Si la retirada de la familia es el último recurso, la síndica y la profesora también comparten que la Generalitat debe ser capaz de hacer crecer el número de familias de acogida para evitar que los menores pasen años encerrados en un CRAE. Pero el Govern admite que no hay familias y las familias recelan de adolescentes que arrastran traumas. "Hay que garantizar un rápido retorno con las familias de origen", apunta Giménez-Salinas.

Y si la entrada es un "choque", ¿cómo es la salida del centro? Sobre el papel, existe un seguimiento institucional (externalizado con entidades) y ayudas como prestaciones económicas y alojamientos en pisos para facilitar el paso a la vida adulta; unos trámites que ahora también se investigan. "Te juro que cuando salí por la puerta del centro nunca nadie me dijo cómo había sido o cómo podían mejorar", responde R. Los expertos consultados la creen.

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