Reportatge

Cuando los instrumentos cambian vidas

El proyecto Vozes, que celebrará su aniversario con un concierto en L'Auditori, hace 17 años que trabaja la inclusión social con orquestas de todas las edades

Yeray S. Iborra
8 min
La sinfónica de Vozes está formada por las orquestas Amadeus, Beethoven y Corelli (A, B, C). Los docentes las han bautizado con nombres de compositores para huir de la idea de clasificación de los niños sólo por “niveles”.

Las flautas suenan todavía más dulces cuando solo compiten con el silbido nervioso e intenso del viento. Es noche cerrada. Ni siquiera el ladrar de los perros del Parc Plaça de Sóller interrumpe la melodía. A medida que se sube la calle Deià, en el distrito de Nou Barris de Barcelona, la tonada gana volumen. De golpe, se añaden los violines, que otorgan cuerpo a la pieza y enmudecen el soplo. Los sonidos que nacen de las tripas del Centro de Formación de Personas Adultas Madrid crecen por el efecto de los bloques de alrededor, que conforman un semicírculo de calidades amplificadoras. Es la banda sonora del fin de semana en el barrio. El ritual de cada sábado. Pero lo es sobre todo en los prolegómenos del gran concierto del año, muy cerca. Hoy llevan ensayando desde las 10 de la mañana. Y alargarán el ensayo hasta las 21 h. A pesar de que se trata de una orquesta que va mucho más allá del academicismo, suena con excelencia. Están tocando los pequeños, con unos instrumentos minúsculos. En las escaleras del centro esperan más músicos, los mayores. Hablan del estreno. A pesar de la experiencia, se notan los nervios entre palabras. L'Auditori siempre impone. Incluso a la Orquesta Simfónica Vozes.

Vozes es un proyecto que desde el año 2004 usa la música -explican los responsables de la entidad- como “herramienta de inclusión, integración y cohesión social”. Su labor ha sido reconocida con premios de la Generalitat o el Ayuntamiento de Barcelona, además de obtener una mención especial de la Comisión Europea. El proyecto lleva a cabo actividades musicales gratuitas dirigidas a todas las edades y situaciones sociales. En la orquesta hay pequeños, adolescentes, familias con problemas socioeconómicos y personas migradas y con necesidades especiales. El objetivo es, por medio de la práctica artística, hacer disminuir la distancia entre los integrantes del grupo y contribuir a desvanecer los riesgos de exclusión social que arrastran muchos de los participantes. En Vozes son tan importantes los niños como las familias que los acompañan. De hecho, Vozes es “una gran familia”. Así define el proyecto uno de sus impulsores, el director de orquesta Pablo González, que se sienta en una de las sillitas de la sala adjunta de ensayo entre decenas de fundas de instrumentos.

El proyecto musical Vozes lucha por la integración social.

Vozes nació como un pequeño proyecto en Gràcia, pero ahora abraza dieciséis espacios en diferentes barrios de Barcelona, como Sant Andreu, el Besòs y el citado Nou Barris. Desde 2015, el proyecto también se ha extendido a Madrid, Vallecas y Carabanchel, concretamente. La fundación organiza corales, orquestas, grupos de guitarra, grupos de percusión, grupos de teclado o combos de música urbana y moderna. Pero destaca sobre todo por su encuentro anual, un concierto que pone en diálogo a la Orquesta Simfónica Vozes, formada por las orquestas pequeñas Amadeus, Beethoven y Corelli; las orquestas A, B y C, organizadas por edad y experiencia, pero apodadas con el nombre de célebres compositores para difuminar la idea de “niveles”.

Herencia venezolana

“Trabajamos con niños, adolescentes y jóvenes que no pueden acceder a la práctica musical. A través de esta, sin embargo, se les ofrece la oportunidad de integrarse plenamente en la sociedad, sin renunciar a la calidad y al compromiso que la música exige”, dice González en un receso del ensayo del sábado, uno de los últimos antes de la cita en L'Auditori. El proyecto Vozes está inspirado en el sistema nacional de orquestas y corales infantiles y juveniles de Venezuela. El propio Pablo González participó de la experiencia cuando era pequeño. Lo impactó de tal forma que, al cabo de poco tiempo de llegar a Catalunya, puso en marcha una idea similar. González describe la sensación del primer contacto con su instrumento, un cello, con todo lujo de detalles. Como si hiciera un café que ocurrió. Era 1977. “Le debemos mucho a José Antonio Abreu, El maestro. Gracias a él me considero director de orquesta, director social, director de cambio social”, cita González, mientras entrecruza las piernas para explicar “el sistema” de Abreu. El maestro fue un músico, economista, político, activista y educador venezolano, responsable de la implementación del “sistema nacional de orquestas y corales infantiles y juveniles” en el país latinoamericano. La red da acceso a la música a más de un millón de jóvenes, por medio de la repartición de instrumentos en los barrios y la creación de espacios sinfónicos. El innovador método pretendía que la música fuera una herramienta para la mejora social e intelectual de la juventud. La idea recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2008.

“El problema común en Latinoamérica era la pobreza, la marginalidad… Cuando llegué aquí, la migración en la ciudad crecía exponencialmente. Me daba miedo que estas personas no se estuvieran integrando, por lo que empezamos con una coral multicultural. ¡Se cantaba en todas las lenguas! Había unos 44 jóvenes. ¡Les encantaba!”, recuerda sobre la época en la que vino a estudiar dirección de orquesta con el también director y oboista Jordi Mora.

Lo que más gusta a los niños es “ensayar y mostrar”. Al cabo de poco hicieron un concierto en el Centre Cívic Les Basses. Asistió una concejala del Ayuntamiento, que se interesó tanto por la idea que ayudó en la extensión del proyecto. El año 2007 ya eran más de 170 niños gracias a las subvenciones y a algunas donaciones privadas.

González combinó el trabajo de gestión de equipos electrónicos para coches a empresas como SEAT con la dirección de orquesta y un primigenio Vozes… Hasta hace un lustro. “Se necesitan profesionales para un trato profesional con tantos niños”. Ahora mismo son dieciséis personas en el proyecto, nueve colaboradores estables y una multitud de voluntarios. Entre ellos, las familias, siempre cerca de Vozes. De hecho, mientras se produce el ensayo, madres y padres de los niños preparan souvenirs navideños a las puertas del espacio donde los hijos practican. Las cuestiones familiares no escapan a los González. Otra de las fundadoras del proyecto es Eva Pacheco, actual coordinadora docente de Vozes y profesora de oboe. El matrimonio González-Pacheco tiene a su hijo en la orquesta -es uno de los profesores del proyecto- y también a su hija, integrante de la sinfónica.

Una vida en la orquesta

Paula González ha crecido con Vozes. Llegó a Barcelona con diez meses. Con cuatro años ya cantaba. Con siete tocó por primera vez el cello. Ahora, con 22, sigue a la orquesta y estudia también en el conservatorio. “Para mí, Vozes ha sido una puerta. Una puerta a la vida de aquí en general. La música es parte de mi identidad, sí. Pero esto va más allá. A mí Vozes me hace sentir especial. Aquí, además de música, aprendo integración, hago amigos…”.

La escucha con atención Christian Leiva, que hace que sí con la cabeza ante los comentarios de su compañera. Él llegó a Barcelona con once años. Siempre le gustó la música. Formaba parte de las “bandas de guerra” en Ecuador, pero no fue hasta los trece años, con una flauta entre los dedos, cuando entró en la orquesta. Y sintió, detalla, que se le “clarificaba la vida”. “¡Aquí aprendes de todo!”. Con 24 años, también recibe formación superior de música.

Los niños empiezan en la orquesta de muy pequeños. De vez en cuando se juntan con jóvenes más grandes que ellos. Esto genera un aprendizaje más rápido, además de ilusión para aprender y ayuda entre iguales.

No todo el mundo tiene la misma suerte. De lejos, los dos jóvenes saludan a un compañero. Y Eva Pacheco, cuchicheando, comenta: “Él viene desde Terrassa. Ha trabajado doce horas hoy. Pero solo salir del trabajo corre hacia el ensayo. Es muy bueno”.

“Hay niños que es muy loable que vengan. Uno de ellos me decía el otro día que no podía marcharse del ensayo más tarde de las 18 h porque les han cortado la luz en casa y no veía para hacer los deberes. Es uno de los niños con más nivel. Y está situado junto a un clarinetista buenísimo también, con toda normalidad... También hemos tenido niños con padres en la prisión. Uno de ellos nos explicaba que estaba muy emocionado con este concierto, porque sería la primera vez que podría venir a verlo”, dice Pacheco. Y amplía, parándose a suspirar profundamente entre frase y frase: “Hay niños que han salido de Venezuela a pie. Un niño con trombón, muy talentoso… Se marchó por el puente de Simón Bolívar. «Vi a gente con los pies colgados», nos decía”. La coordinadora destaca también un hecho palpable: Vozes es una entidad con muchas mujeres. “Tenemos alrededor historias de mujeres y niñas sometidas, que tienen que dedicarse a los cuidados, a pesar de tener un talento impresionante. Hay padres muy voluntariosos, pero también los hay muy indiferentes. Es otra de nuestras preocupaciones”.

Instrumentos baratos, armonía más allá de las partituras. “Si se quiere dignificar la vida de estos niños, esto cuesta un dinero. Ahora hemos recibido una ayuda extraordinaria del distrito. Se han comprado dos oboes, ¡que son carísimos! Piensa que desde 2019 nuestra fuente principal de ingresos, el concierto aniversario… Bueno, el covid nos ha afectado a todos. En 2020 hicimos el concierto grabado e hicimos un crowdfunding. Y en 2021 los tres primeros meses hicimos pequeños grupos. Fue un golpe, porque Vozes es un gran grupo y no tiene sentido de otro modo. Pero hemos salido adelante. Esperamos que la gente pierda el miedo y venga a vernos, y… quien no pueda venir, que colabore con la fila cero”, explica Pablo González.

El director pone énfasis en el hecho de que “tener el instrumento encima hace músico al niño”. Por este motivo, explica el director, da igual cuánto cuesten. Vozes tiene instrumentos de sesenta euros. “¡Pero cómo suenan!”. “Una orquesta de niños pobres no tiene que ser una pobre orquesta”, matiza Eva Pacheco.

La clave de la metodología es -destacan-“la inmersión de los niños desde fases iniciales de aprendizaje con las orquestas avanzadas”; combinan así las clases grupales e individuales del instrumento, con la incursión con la primera orquesta (Amadeus). Esto genera en los niños un aprendizaje acelerado, ilusión por aprender y ganas de llegar al grupo de los mayores. En L'Auditori, por ejemplo, estarán todos juntos.

Esta comunión, la armonía, es uno de los puntos clave para los integrantes del proyecto: “Intentamos no caer en la idea de gueto. Hacemos trabajo de integración, es decir, reproducimos lo que es el barrio, y el barrio son todas las situaciones, pero también todos los niveles. Todo el mundo puede convivir”.

Panorámica del ensayo general de la Orquesta Simfónica Vozes en el Centro de Formación de Personas Adultas Madrid días antes del gran concierto del 28 de diciembre en L'Auditori de Barcelona.

“Fuera de Vozes el ambiente de la música académica es de fuerte competencia, y aquí esto no pasa. Los pequeños que llegan están acompañados por los otros. Esto es único. De hecho, hay muchos del conservatorio que quieren tocar también aquí… Valoren este apoyo, esta colaboración”, describe Eva Pacheco, que descansa el oboe en el regazo, tapado de vez en cuando por una camiseta con dos palabras serigrafiadas, ‘Cor anglais’. “Hay muchas historias entre los niños, pero también entre los profesores. El mundo de la música es muy cerrado y aquí se vive como una cosa abierta”.

Las flautas dulces han perdido peso. Se sienten más vergonzosas entre la muchedumbre. Son ejemplo de cómo la individualidad del instrumento, y del instrumentista, se pierde entre el todo de la sinfónica. “Lo que engancha es la emoción de la práctica orquestal. Formar parte de una cosa más grande. Y no hay que saber mucho para que esto pase”, describe Paula González, que empalma el sexto día seguido sin descansar de música. La joven ahora estudia en el Conservatorio del Liceo. “Ahí también me siento bien. Es música, pero aquí -dice mientras se le ensancha la boca con una sonrisa que sobresale por los lados de la mascarilla- la música va acompañada del resto de cosas que más me gustan del mundo: aquí, además de músico, de estudiante, soy Paula”.

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